Más bien perdimos la coartada de vivir haciéndonos los tontos respecto a la realidad que escondemos los habitantes de este país desde su constitución como una república hace dos siglos. Porque aunque seamos un país, una república y un Estado, nunca fuimos y probablemente nunca seremos una nación. El cuento de la “isla de paz” era la máscara que ocultaba el profundo malestar que se incuba desde hace quinientos años en este bello paisaje, y que ya no podemos negar. Se ha producido un “estallido” como lo anunció el señor Leonidas Iza, aunque quizás en una dirección que él ya no puede controlar y que no le conviene. Porque él quiere imponer su sistema en este país, ignorando que los “honorables tumbalassos”, que usufructúan de su movimiento sin lanzar una piedra, tienen otro proyecto: el retorno de lo mismo.

Junio 2022 ha expuesto lo que octubre 2019 no alcanzó. Somos 18 millones de habitantes en un territorio de este porte, divididos por desigualdades que no hemos remediado, y por diferencias insuperables de grupos, códigos, etnias, lenguas, culturas, identidades e intereses. No nos une el amor sino el espanto, será por eso que nos odiamos tanto, parafraseando a Borges. Desmentimos la oportunidad de admitir nuestras diferencias para construir acuerdos que nos permitan vivir en paz, progresar todos y funcionar como nación. En su lugar, hemos puesto en acto (perverso) esta apología del odio y la intolerancia. No hay diferencia entre la consigna “Que Quito se muera de hambre” y aquella del “Darles bala a estos indios de mierda”. Ambos extremos se tocan en el mismo círculo de exclusión y exterminio del otro inaceptable.

Entonces, reaparece lo que escuché por primera vez en 1969, la propuesta de unos patricios por la fundación de la “República de Guayaquil”. Una iniciativa periódica y aparentemente disparatada, pero que debe tomarse en serio, como un síntoma grave de esta nación imposible y del Ecuador enfermo. La fantasía de reproducir en corto la misma fragmentación e igual sistema de castas e inequidades. El delirio de vivir entre los mismos, hablando igualito y además… sin indios. Porque creemos que el problema son los indígenas, ignorando que la verdadera afección es no asumir lo que de indio o de negro todos tenemos. Una propuesta que ignora, además, que compartimos la misma amenaza: el narcoterrorismo imparable y la proliferación de grupos subversivos que acaban de mostrar que pueden paralizar este país.

Se firmó un acta de paz, o un armisticio indefinido, porque esto recién ha empezado. Hasta el momento: ningún vencedor, un país tomado, 18 millones de prisioneros, 500 millones de pérdidas y una regresión de medio siglo en oportunidades de crecimiento colectivo. Las demandas de los pueblos indígenas son legítimas, aunque no todas sean practicables de modo inmediato, y a pesar de que autorizaron la infiltración del terrorismo en sus protestas. No corresponde a un solo gobierno ni a un gobierno solo el atenderlas. Las demandas de los manifestantes nos conciernen a todos los ecuatorianos, y no se satisfacen con “gestos humanitarios con los pobres indios”. O tendremos Mayo 2023, o Junio 2024, o… (O)