Las plataformas digitales carecen de un debate público robusto, y en ellas la realidad se simplifica hasta el absurdo, imponiéndose la lógica de “Correa o Noboa”, como si el país pudiera reducirse a esa dicotomía. Desde una decisión económica hasta un problema de seguridad, se evalúa únicamente con el filtro de si fue iniciativa o no del correísmo. Ese encierro discursivo nos ha hecho daño. Hemos perdido el interés por lo real, por los datos, por las leyes, por las políticas concretas que afectan nuestro día a día. Nos acostumbramos a hablar de nombres propios como si fueran eternos, cuando en realidad solo son mandatarios elegidos para su periodo, mientras que el país, sus instituciones y sus normas permanecen mucho más allá de los ciclos presidenciales. Sin embargo, preferimos alimentar la confrontación que discutir sobre los problemas estructurales que tenemos delante.
El correísmo se ha convertido en un ejercicio ciego que descalifica cualquier medida del Ejecutivo no por lo que implica, sino por quién la impulsa. A su vez, el anticorreísmo responde con la misma dinámica: atacar sin detenerse a analizar el hecho. La consecuencia es un país atrapado en trincheras emocionales, donde la política se vive como una pelea de barras bravas, no como un espacio de construcción de soluciones. Mientras tanto, los datos están ahí, públicos y disponibles, pero muy pocos los leen; por ejemplo, los informes de seguridad, las cifras de pobreza, los estudios de organismos nacionales e internacionales apenas circulan fuera de los nichos técnicos. La ciudadanía no se apropia de ellos y, peor aún, muchos “opinadores” venden por dinero o conveniencia su conciencia, distorsionando la información hasta convertirla en propaganda, lo que erosiona la confianza social.
Pienso que la solución no está en pedirles más a los políticos, porque entre ellos siempre habrá polarización, sino en pedirnos más a nosotros como sociedad. Necesitamos recuperar la capacidad de leer críticamente, de distinguir entre un dato y una consigna, con base en un eje fundamental denominado educación digital crítica. Así como en su momento se impulsó la alfabetización básica, hoy es urgente una alfabetización mediática. Desde las escuelas hasta las universidades, y también en campañas públicas, debemos enseñar a las personas a navegar en un océano de información; por ejemplo, cómo identificar una fuente confiable, cómo detectar manipulación en las redes. Si el ciudadano común logra eso, entonces el debate dejará de depender de quién lo dice y pasará a centrarse en qué significa para el país.
Se trata de un cambio cultural, entender que Correa y Noboa, como todos los mandatarios antes y después de ellos, cumplen periodos y que las leyes, instituciones y datos son lo que realmente nos quedan como sociedad; que nuestro futuro no depende de la idolatría o el odio hacia figuras políticas, sino de la capacidad colectiva para usar información confiable y exigir políticas públicas sólidas. El Ecuador necesita salir del círculo vicioso de la polarización, pues no seremos un mejor país por tener razón en redes, sino por construir un porvenir común. (O)