Aún recuerdo con temor y tristeza los sucesos de octubre del 2019, las paralizaciones y protestas más caóticas de la historia ecuatoriana reciente, que no solo dejaron millonarias pérdidas para diversos sectores económicos, sino que además cobraron vidas de varios civiles. Es cierto que comparar aquellos trágicos eventos con cualquier iniciativa ciudadana que proteste de forma pacífica para demandar la solución a alguna necesidad urgente es, por lo menos, injusta. De hecho, cualquier grupo social que haga notar los problemas desatendidos es muy necesario en democracia, pero todo esto debe hacerse en el marco del respeto a la paz, al trabajo y a la vida humana. En un país donde solo el 30 % de la Población Económicamente Activa (PEA) tiene empleo pleno, no nos podemos dar el lujo de tener paralizaciones y bloqueo de vías.

Como emprendedora del sector agroindustrial doy fe de las múltiples necesidades del campo y del sinnúmero de dificultades que implica tener una empresa en nuestro país. Entiendo a los productores que impulsan y participan de estas paralizaciones, veo en su mirada la desesperación y el miedo de un negocio que va camino a la quiebra sin encontrar alternativas. Lo sé porque yo también lo he vivido y lo sigo viviendo. Por eso los comprendo, pero no puedo apoyar protestas que afecten a terceros. Bloquear vías en un contexto de emergencia sanitaria y paralizar actividades en medio de una crisis económica es contraproducente además de ineficaz. Esto no traerá solución sino rechazo ciudadano, la mayoría quiere avanzar, no paralizar.

Los emprendedores somos los primeros responsables de generar empleo. Este tipo de protesta no contribuyen, al contrario, destruyen la generación de valor, las plazas de empleo, y retrocedemos en el objetivo de reducir la brecha en el sector rural. ¿Qué hacer? ¿Cómo avanzar? ¿Cuál es la alternativa? Del mismo modo en que existe unidad para coordinar protestas, los productores nos podemos asociar para crear competitividad. Esas energías y planificación que paralizan vías se pueden usar para crear equipos sectoriales, dejarse asesorar e imitar las mejores prácticas empresariales a nivel local e internacional.

Por ejemplo, siempre hay la queja de que determinados productos agrícolas en Perú y Colombia son mucho más baratos, y al ser países vecinos, estos bienes ingresan de contrabando y los productores locales no están en condiciones de competir ante esos precios. En ese contexto lo típico es hacer paralizaciones y exigir control de precios. Es un error, los controles de precios no son efectivos en la práctica. Aquí el verdadero norte debería ser analizar por qué en estos países se puede producir más barato, ¿qué hacen ellos de diferente? Y las posibles respuestas tendrán varías aristas, puede ser un tema operativo de mejores prácticas agrícolas, una cuestión administrativa de optimización de recursos y finanzas o un asunto regulatorio en donde hay menos impuestos y trámites.

Ese último se puede y se debe, en unión empresarial, exigir al Gobierno, pero siempre con el mecanismo del diálogo efectivo. ¡Lo lograremos! (O)