Mi eterna pregunta, la que sacaba de quicio a más de un profesor, era: ¿esto para qué diablos sirve? Esta inofensiva pregunta, a la que jamás recibí una respuesta, sirvió para que me corrieran de clase durante un trimestre completo. No de una sola materia, sino de unas tres o cuatro. ¡Qué barbaridad!

Entrar a la biblioteca de papá a curiosear o a tomar un libro (ojalá prohibido) para leer, ir con mis primas al teatro, al ballet o al cine, recorrer con mis hermanas mayores las galerías de arte de la Quito de los 70 era, sin lugar a dudas, la mejor diversión para una adolescente poco agraciada y flaca, reflaca (tan flaca que parecía que siempre andaba de perfil, como describe Mario Vargas a su personaje de La guerra del fin del mundo).

Leer, ver cine o teatro, ver cuadros, oír música o ir al ballet era divertido, aunque no tenía idea de por qué me gustaba tanto y tampoco podía explicarlo. La que sí explicaba hasta la saciedad qué era cultura y qué civilización era la profe de Cívica, Economía, Sociología y alguna otra asignatura más. Ella explicó, mientras yo volaba; ella insistió y dictó y mandó tarea y lección, mientras yo todavía volaba; y cuando aterricé, pregunté: “¿Esto para qué diablos sirve?”. Aún puedo oír aquel injusto “¡fueraaa!”.

Nunca entendí qué era cultura y qué civilización; nunca me di cuenta de que yo respiraba cultura, y aunque no supiera su concepto, la llevaba a flor de piel.

En el año de mi grado de bachiller entrevisté a Benjamín Carrión. ¡Qué lindo tipo! Con una sonrisa más que ancha y una camisa de franela a cuadros, nos recibió a mi amiga Patty y a mí. En una enorme grabadora de casetes guardamos su voz, pero sobre todo su emoción cuando nos contó cómo fue la creación de la Casa de la Cultura en Quito y cómo la de los núcleos provinciales. Y es que esa ha sido la mayor obra, y tal vez la más ambiciosa, que se ha hecho por la cultura en este país.

La semana pasada vi en las redes sociales un corto video que trajo a mi memoria aquella entrevista con el doctor Carrión. En él se promocionaba la candidatura de Andrés Zerega Álvarez para la presidencia de la Casa de la Cultura núcleo del Guayas, y esto me dio un gusto enorme. Conocí a Andrés hace algunos años, lo nuestro fue amistad a primera vista. No necesitamos terminarnos el café que habíamos empezado, cuando me di cuenta de que le apasionaba el tema de la cultura, y que él sí entendía qué era y cuál era su diferencia con civilización, y que además podía explicar ¡para qué diablos servía!

Entender de gestión cultural no es una tarea fácil, pero Andrés entiende y es un gran gestor. Lo he visto en acción. Viajé con él a São Paulo, juntos asistimos al Mercado de Industrias Culturales, vi de cerca cómo se movía un hombre orquesta; honestamente yo pensaba que solo las mujeres podíamos ocuparnos de los mínimos detalles, pero no, ahí estaba él, presidiendo la delegación ecuatoriana con su trabajo de hormiga.

Así como me encanta ver a gente joven formar parte del gabinete del presidente Guillermo Lasso, me dará gusto ver a Andrés Zerega presidiendo con eficiencia la Casa de la Cultura núcleo del Guayas. (O)