Hace pocas semanas concluyó uno de los procesos electorales más decisivos de nuestra historia republicana. El correísmo, aunque no muerto, ha recibido una dolorosa estocada de la cual le será difícil recuperarse. Ahora nos queda ver hacia el futuro.

Guillermo Lasso ganó porque en vez de promulgar una visión dogmática prometió un “Ecuador del encuentro”, un Ecuador donde ante todo primará el diálogo, la institucionalidad y el respeto hacia todas las visiones, incluso a aquellas que discrepan de la suya. Sus primeros actos como presidente electo, incluyendo su impecable aceptación del controversial fallo de la Corte Constitucional sobre la despenalización del aborto en casos de violación, parecen corroborar que este “Ecuador del encuentro” no será meramente un prontamente olvidado eslogan de campaña electoral, sino la verdadera brújula que guiará al Ejecutivo durante los próximos cuatro años. Tal parece que se ha abierto un importante capítulo en la historia de nuestra patria, uno que promete, más allá de toda ideología, crear las condiciones necesarias para el diálogo democrático y un sólido Estado de derecho.

La derrota del correísmo en las urnas no debe interpretarse como una victoria “de la derecha” o un repudio en contra “de la izquierda”. Al contrario, el hecho de que el discurso que le dio la victoria a Guillermo Lasso haya sido un discurso conciliador, moderado e inclusivo es síntoma de que lo que el Ecuador busca es una política alejada de los extremismos ideológicos. El hecho de que muchas de las voces de apoyo a Lasso hayan provenido de activistas feministas y defensores de derechos GLBTI confirma esta apreciación.

En efecto, por más paradójico que pueda sonar, es posible que la mayor beneficiaria de la derrota del correísmo no sea otra que la propia izquierda ecuatoriana, la cual por fin tendrá el espacio que necesita para redefinirse. En el diálogo del “Ecuador del encuentro” debe haber voces que defiendan la lucha de la mujer y de las minorías, así como otras tantas causas, como la defensa de la naturaleza, los animales y un desarrollo económico equitativo. Es por eso que este es el momento para que finalmente la izquierda ecuatoriana se emancipe de una vez por todas de la sombra del castrochavismo, del correísmo criminal y del infantilismo ideológico de aquellos que pregonan barbaridades como “el comunismo andino”. En vez de eso, la nueva izquierda debe estar comprometida a la búsqueda de soluciones reales y pragmáticas a los tantos problemas sociales y económicos que aquejan a nuestra ciudadanía, y en especial a los más pobres. Una izquierda que por fin entienda que el progreso económico y la justicia social no son objetivos mutuamente exclusivos, sino que están necesariamente entrelazados en inexorable unión simbiótica. Solamente cuando tengamos una izquierda madura, libre de dogmas fracasados y alejada de la narco-política podremos decir que finalmente el correísmo ha quedado muerto y enterrado.

El futuro de la izquierda ecuatoriana está en manos de las nuevas generaciones que firmemente le han dicho ¡no! a la dictadura. ¿Aprovecharán este momento histórico? ¿Llegará una nueva izquierda para el Ecuador? (O)