Escenarios que nunca se tocan. Caminos de vida marcados por condiciones previas que no cambian e impiden relacionarse con los otros para compartir responsabilidades y pensar conjuntamente el futuro. Realidades sociales y culturales que persisten a través del tiempo. Historias de cómo somos y actuamos los seres humanos allá y acá que, obstinadamente, se repiten. Fatalismos propios de una naturaleza humana que, pese al avance del tiempo, se mantienen y manifiestan siempre de la misma manera.
Cada individuo, grupo o nación, con sus circunstancias propias, tratando de resolver sus realidades para mantenerse y prosperar, si fuese posible, o si no, gestionando su propia desintegración y decadencia. La utopía de la comunidad de todos los seres humanos –un concepto espléndido– es contradicha por realidades sociales, que hoy como siempre se manifiestan incólumes en el tiempo, para mostrar el individualismo y el egoísmo del ser humano que, como esencia atávica de la condición humana, se impone en su oscuro esplendor.
El amaos los unos a los otros, concepto siempre válido como exhortación moral que tiene por objetivo a la supervivencia colectiva, es arrasado en todos los frentes de la vida contemporánea. Internacionalmente, se lo hace con la presencia de guerras entre naciones que no logran acuerdos y por eso buscan imponerse al otro por medio de la fuerza de las armas forjadas para destruir y eliminar al oponente. El multilateralismo como forma de cooperación internacional entre los pueblos del mundo se debilita cada vez más por discursos y por acciones que lo ponen en riesgo y lo colocan en un escenario de ruptura evidente y de precaria vigencia.
El retorno, desembozado y hasta celebrado por los apologistas del poder, del siempre presente sentimiento de superioridad y de menosprecio a los otros, es una realidad que, en los actuales momentos de la historia, se muestra todos los días tanto en el plano internacional como a nivel interno en los países.
La guerra, cada vez más expandida, marca nuestro tiempo. Hablar, opinar, pensar y reflexionar sobre esas y otras circunstancias es un riesgo, porque estamos advertidos de que debemos plegar a la verdad que se esgrime como única válida, tanto por los unos como por los otros, pues de no hacerlo seremos objeto de consecuencias negativas que provienen de la fuerza que reemplaza a la razón. La paz y su invocación puede ser una afrenta para los guerreros que solamente aceptan esa idea si sus puntos de vista son respetados.
Acá, en Ecuador, también vemos signos de esta realidad que compele a la gente y a los grupos a mirar por sí mismos, a vivir en mundos paralelos. La pobreza se mantiene y agudiza. La inseguridad campea. La destrucción del medioambiente es indetenible. También la concentración de la riqueza y, en consecuencia, la inequidad social.
Mundos paralelos que no se tocan.
La familia, los grupos sociales organizados, empresas y sobre todo el Estado, son instancias cuyas funciones tienen que ver con la ruptura del fatal e histórico paralelismo social, para que la esperanza se mantenga y lo colectivo sea el objetivo de todos. (O)