Recordemos que con la dolarización (con sus muchos pros y pocos contras) los ecuatorianos logramos algo esencial: librarnos de que los políticos (y grupos interesados a su alrededor) puedan manipular la moneda y nos quiten poder adquisitivo y calidad de vida, vía continua inflación y devaluación. La propuesta aquí comentada significaría ya no solo depender de los políticos e intereses locales sino, más grave aún, de los que han demostrado peores tendencias en todo el continente.

Como señala la prensa: los gobiernos de izquierda impulsan (Declaración de Bogotá) la creación de una divisa única que compita con el dólar. ¿Cuáles? Chile, México, Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia y Venezuela (Ecuador obviamente desde el correísmo). Hay intereses políticos claros. Lula para escapar a las limitaciones de gasto difíciles de superar al no tener mayoría en el Congreso. Boric, AMLO y Petro, porque les interesa impulsar “algo” para su imagen y mostrar que son “soberanos y luchan contra el imperio”. Cristina, por obvias razones. En el fondo: el deseo populista de imprimir más dinero para tener más poder. Y lo justifican por las dimensiones e inspirándose en la moneda única europea (que aún patalea en el tema): sería utilizada por más de 400 millones de personas, más que EE. UU. y similar a la UE, aunque con un PIB de $ 5 billones frente a 15 billones (UE) o 20 billones (EE. UU.).

Evaluación directa: es una idea malísima, torpe, peligrosa.

El análisis conceptual nos dice que el proceso sería complejo. Uno, por la difícil coordinación ante diferencias institucionales y sentimientos de soberanía nacional. Dos, por enormes diferencias económicas entre países (aunque esto es menos importante de lo que se cree) y entre ciclos económicos. Tres, ¿cómo coordinar políticas fiscales, déficit o deuda, que en Europa ha sido tan complicado? Cuatro, según la (siempre en discusión) Teoría de Zonas Monetarias Óptimas, una moneda común requiere libre movimiento de capitales y personas, política de transferencias entre regiones ricas y pobres y ciclos económicos comunes. Aspectos complejos, por ejemplo, las transferencias generan una duda: ¿hasta qué punto querrían los habitantes de un país que sus impuestos fueran a ayudar a otros países, antes que a sus propias zonas pobres?, o también es difícil unificar países con gran dependencia de las materias primas: un fuerte aumento del petróleo ayuda a México, Venezuela y Brasil, pero golpea a importadores como Perú o Chile.

PERO el tema más importante es que una moneda es esencialmente confianza: tener un instrumento de valoración y coordinación estable que permita realizar intercambios y guardar valor hacia el futuro (ahorrar con cierta tranquilidad). Eso se sustenta en un Banco Central confiable. Y la pregunta es sencilla: ¿sería confiable una organización dependiente de tantos países cuyos políticos son tan poco creíbles, como lo han demostrado internamente?, ¿hay algún país que podría servir de ejemplo y ancla como sucedió con Alemania y sus aliados más cercanos en Europa? Respuesta: rotundamente no.

¿Se hará? Quizás no, la gente lo rechazaría en la vida real, pero matemos de entrada la pésima semilla… Mejor: que algunos (Venezuela, Argentina) se dolaricen formalmente. (O)