El Consejo Nacional Electoral (CNE), más allá de la poca credibilidad y confianza que genera ante el país (apenas un 12,3% de aceptación), sin embargo, este último 11 de abril se reivindicó, organizando un proceso eleccionario (balotaje) de manera eficiente, técnica y transparente, entregando —luego de tres horas y sin apagones de por medio— resultados que reflejan la decisión del pueblo expresada en las urnas y que colocan a Guillermo Lasso como el presidente de los ecuatorianos para el periodo 2021–2025.

Una vez superados los festejos y discursos de agradecimiento, le corresponde al presidente electo trabajar desde ahora mismo en el diseño de las políticas que permitan dar solución a los graves problemas que afronta el Ecuador, especialmente en el ámbito económico, social, sanitario e institucional.

En el corto plazo y en medio de una pandemia que ha cobrado la vida de más de 50.000 ecuatorianos, resulta fundamental que se dinamice el proceso de vacunación en el país (de momento con uno de los índices más bajos en la región en inoculaciones) y con ello lograr inmunizar a la mayor parte de la población, lo cual resulta una condición sine qua non para reactivar la economía nacional en medio de una nueva normalidad pos-COVID-19. En la medida en que se dilate este plan de vacunación, el despegue de la economía también se verá postergado.

Por otro lado, en lo que tiene que ver con el campo económico, Guillermo Lasso recibirá un país en ruinas. Con una proyección de crecimiento del PIB para este año de tan solo 1% (aunque cálculos más optimistas, como el del Banco Central del Ecuador, hablan de un 3,1%), con un mercado laboral destrozado, en el que acceder a un empleo adecuado se ha vuelto todo un privilegio y en el que la agudización de la pobreza y pobreza extrema nos retrotraen a un escenario de hace al menos dos décadas con el consiguiente deterioro en la distribución del ingreso. A esto se suma la enorme presión que ejerce en el presupuesto general del Estado el pago de una abultada deuda pública.

Asimismo, se advierte la necesidad de rescatar y robustecer la institucionalidad tan venida a menos. Hay que promover la independencia de funciones como uno de los resortes esenciales de una democracia en la que se coloca límites al poder y se fiscaliza su accionar.

La victoria electoral de Lasso debe tener una lectura adecuada. Hay una evidente polarización que exige menos imposición y más tolerancia y diálogo, así como establecer un pacto social en el que quepamos todos, respetando las diferencias y alejándonos de la dictadura del número. La crisis económica y social es tan compleja y de tal magnitud que cualquier dislate podría encender la llama de un estallido social de impensables consecuencias.

Hay que desoír a esos cantos de sirena, muy propios de los comensales y aduladores de palacio, que crean burbujas que atrapan a los presidentes de la República en esas gruesas paredes de Carondelet y los desconectan de la realidad.

No olvidemos que una exitosa presidencia de Guillermo Lasso se traducirá en beneficio para el país. Dejemos atrás la división, el odio, los resentimientos sociales y tendamos puentes de esperanza. (O)