Luego de la noticia del atroz crimen de una estudiante de la Universidad Técnica de Ambato –por parte de sus compañeros– apenas encontré el valor para escribir estas líneas.

Los espeluznantes detalles dan cuenta de un hecho empapado de falta de control emocional, consumo de alcohol y drogas, y de una incapacidad para administrar los instintos básicos. Y justamente ese asesinato ocurrió vísperas del 25 de noviembre, de este año, en que se recuerda el crimen contra las hermanas Mirabal, razón por la cual la ONU declaró el Día de la No Violencia contra la Mujer.

A las hermanas Mirabal (Patria, Minerva y María Teresa), se las identificaba como las “mariposas”, porque usaban ese seudónimo para sus actos de defensa de derechos humanos. Y a pesar de su pertenencia a una clase social acomodada, eso no las libró de las manos de la violencia.

Entre los movimientos feministas se usa la figura de las mariposas, para aludir a las Mirabal, cuyo legado de resistencia permitió que las sociedades se avergüencen de usar la muerte como mecanismo de represalia, cuando no pueden obtener lo que quieren.

En Ecuador, este año los femicidios bordean los 345, según Aldeas SOS, siendo un año más sangriento que el anterior.

Tradicionalmente se asocia la violencia a la pobreza y a la falta de la educación. Pero las muertes de la estudiante y de las Mirabal revelan que la violencia no es un asunto de personas sin educación o grupos pobres. Lastimosamente, la violencia es estructural y transversal, que hoy abarca a miembros de la universidad.

El sentido común dice que en la universidad no solo se aprenden contenidos científicos, sino también éticos. Si bien se sobreentiende que los valores vienen de la casa, quizá falta que las universidades enfaticen la formación en Ética y gestión de las emociones, pues sus aspectos hacen que un profesional tenga trascendencia.

Así, esta tragedia es también para las universidades, las que debieron pronunciarse masivamente y han tenido más bien una actitud tibia –al igual que el resto–, parecen ya no escandalizarse por el horror del asesinato. Pero, que los asesinos sean estudiantes universitarios y que, en una de las fotografías de la prensa, dos de ellos “sonrían” resulta desgarrador. Recordemos, que en este país todavía son pocos los que llegan a las aulas universitarias.

De ahí que cada estudiante debería demostrar un buen rendimiento académico, ejercer valores humanos y mostrar compromisos profundos, para devolver en algo el esfuerzo que hacen sus familias por garantizar una educación superior; que añoran miles de jóvenes –que se quedaron fuera del sistema–. Es necesario que en las aulas universitarias se brinde una educación integral, no solo técnica, sino humana.

Esperemos que en los planes de mejora y en los sistemas de evaluación universitaria, se considere la incorporación de estrategias de prevención de violencia contra las mujeres. Es hora de que la academia profundice la entrega de soluciones a la sociedad y a sus propias estructuras. (O)