“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, dijo Salvador Allende, muerto por construir una sociedad justa. En la historia, así lo han entendido muchos jóvenes, quienes han ofrendado sus vidas, su libertad, su propia prosperidad, por el mismo ideal, en el que sólo no creen los que han renunciado a él si lo tuvieron.
En Guayaquil existe un grupo de chicos y más chicas, que viven la primavera de sus existencias siendo árboles porque dan oxígeno y sombra. Luciérnagas gigantes que alumbran caminando por el duro y gratificante sendero de las luchas sociales. Constituyen la Coordinadora de Organizaciones Sociales del Guayas, que fundaron en octubre de 2019, cuando los indígenas se alzaron como en 1990, esta vez por la eliminación del subsidio al precio de los combustibles y fueron reprimidos, estigmatizados. La chispa encendió la pradera en el puerto y llegaron jóvenes con tradición de brega en el ámbito social y político, profesionales, artistas, con el corazón en la mano que quería sembrar, con la mente lúcida para crear. También fueron víctimas del ablandador de ideas como llama Mafalda al tolete policial, y de la cárcel.
En el camino han crecido, con la entrada de algunas organizaciones de distinto origen, afroecuatorianos, montuvios y otros, se han forjado en empuñar banderas por causas de los demás, como la defensa del Yasuní, a la que acudieron por los pueblos no contactados y otros, por la tierra que la codicia y el error quieren seguir explotando, por los animales y la flora, por la vida, que muchos jóvenes desean preservar desde hace años y que la Constitución amenazada protege. Se unen a la conmemoración de fechas clave de los trabajadores como la del 1 de mayo y la del 15 de noviembre, en la que con los trabajadores van a la ría a echar cruces para recordar a los caídos.
Estuvieron en las protestas de 2022, cuando otro gobierno antipopular quiso expedir un Código del Trabajo anti obrero, subir los precios de las gasolinas y que tenía desabastecida de medicinas a la población empobrecida, como ahora. También fueron reprimidos, porque esos regímenes no dialogan, dan palo.
En la Consulta Popular de abril de 2024 el actual mandatario quiso militarizar el país. Intentó la Coordinadora detenerlo, pero no lo consiguió, el miedo había hecho estragos en el pueblo y los uniformados, preparados para la guerra, salieron a la calles, no obstante lo cual ese año y el presente han sido los más violentos en la historia del país. Ellos son responsables de decenas de desapariciones forzadas, que lo son porque ocultan el paradero de las víctimas. Sin embargo, los jóvenes contribuyeron al rechazo a la pregunta con la que se pretendió volver al trabajo precario por horas y a la del arbitraje internacional para resolver controversias del Estado con inversionistas extranjeros, que cuando estuvo vigente costó pérdidas de miles de millones de dólares por el sistema parcializado que existe a favor de ellos.
Sus afanes permanentes en Guayaquil son para denunciar la desigualdad económica y social, que hace que los depauperados carezcan de atención adecuada en salud, educación y servicios básicos, reclaman por la persecución de la Municipalidad a los trabajadores autónomos, viven en carne propia el reclutamiento y muertes de jóvenes por las bandas criminales, fruto de esa desigualdad, de las condiciones en que se mantiene a los reos en las prisiones, donde han sido asesinados más de seiscientos y otros muertos por tuberculosis, porque el Estado los ha dejado morir. Una de las organizaciones que la compone es el comité de familiares de esos prisioneros de la pobreza. Cuestionan un modelo que cree en el combate a la seguridad con más policías, cárceles, fuerza policial, endurecimiento de las penas, están en contra de la normalización de la violencia hija de un sistema de exclusión.
Con mucho ahínco prestan solidaridad a las familias empobrecidas de los cuatro menores de edad de tez negra, detenidos, golpeados, desnudados, torturados por militares, se oponen a que quede impune su crimen y censuran al gobierno central que negó inicialmente que aquellos los hubieran detenido. Los tambores de las batucadas de jóvenes como ellos y de adolescentes, forman parte de sus marchas, en las que gritan por una Palestina libre de opresión al pie del consulado israelí cada vez que por ahí marchan.
Apoyaron el paro indígena de octubre último, surgido nuevamente por la ceguera del poder, que respondió con muerte como en el levantamiento de 2019 y una represión feroz que criminalizó la protesta y aplicó medidas arbitrarias a los protestantes y sus organizaciones.
Llegó la campaña por la consulta popular y referéndum reciente, en la que, con inmensa creatividad y fuerza, sin odio, penetraron en las mentes de muchos ecuatorianos, especialmente habitantes de Guayaquil, desenmascarando las intenciones del régimen, defendiendo la buena Constitución, repudiando la pretendida entrega del territorio a potencias extranjeras, entre otras cosas. Sintieron que debían resistir la consolidación de un poder autoritario. Sortearon boicots de última hora del aparato estatal a su campaña, organizaron actos de difusión y muchos otros. El cierre fue memorable, con alegría, obteniendo respuesta favorable del pueblo la noche del último día de campaña. La victoria abrumadora les sabe mejor por la enorme montaña que pusieron.
El futuro pertenece a quienes como ellos encuentran su razón de ser dándose a lo más grande que puede acometer el ser humano: Construir una nueva sociedad. Las flores se vuelven a abrir en Ecuador. (O)










