Si seguimos como estamos podríamos llegar a alcanzar una tasa de homicidios de 52 por cada 100.000 habitantes, pero lo que sí hemos alcanzado es aceptar que la salud pública dejó de ser una opción y pasó a ser un lujo.

En nuestro país también hemos alcanzado un vergonzoso nivel de normalizar que una mujer, mientras caminaba por su barrio, se desploma porque una bala atravesó la base de su cráneo. Que cuatro niños aparezcan incinerados y con signos de tortura, es un tema que, entre el silencio que pretende ocultar la responsabilidad estatal, se está sentenciando al olvido sin que se note mucha resistencia sobre este imperdonable crimen. En ese caos vivimos hoy.

¿Por qué vivimos en un país así? Porque la corrupción está enraizada en el poder público, por falta de depuración de la fuerza pública, por ineficiencia de inteligencia financiera contra el crimen organizado, por ausencia de control cívico de las fuerzas armadas, etc.

¿Por qué no cambia el Estado? Pensemos qué se busca en los votos. Aquí mi reflexión.

Las redes sociales, dentro de la comunicación política, brindan al electorado opciones de vida que representan el anhelo de proyección individual. “Yo quiero ser como...” él o ella, guapos, con buenas figuras y con acceso a todos los servicios posibles, en los que se incluye el dinero, la belleza y el poder. Es innegable, existe gente que anhela pertenecer a una élite porque allí se sentirán realizados, pues en la medida que tengan más abandonarán con facilidad la tarea de ser ellos mismos.

No se trata de ser buenos o malos, se trata de pertenecer al círculo de éxito. Se ha convertido en una necesidad imperiosa, sin que importe el precio por pagar, alguien se inventó que individualmente considerados seremos mejores. Es una especie de un yoísmo superpoderoso.

Por ello, las opciones políticas han observado esa miopía social y se presentan con características potentes. Así, por ejemplo, son machos alfas (así se trate de mujeres) capaces de lograrlo todo, inclusive con crueldad. Sin embargo, eso no importa, ellos saben que la gente aplaude placenteramente el poder y la sangre desde las épocas imperiales romanas.

El eventual electorado entonces, cautivo de la fantasía del poder para sentirse importante, apuesta por el individualismo que exige soberbia en abundancia. Eso buscan, a veces sin entender la propuesta. ¿O acaso los votos no han sido conquistados en su mayoría por gestos corporales en campaña más que por políticas públicas?

En esa dinámica social empieza a desaparecer lo valioso. El trabajo comunitario, por ejemplo, se borra como camino eficiente para vivir mejor, el respeto por la naturaleza se diluye en la vanidad destructora que te demanda poseer todo, y ahora.

Sabemos que la ética no es una palabra que atraiga y la moral pública resulta para nada seductora, sin embargo, es urgente comprender que la ética es la opción, no sé si la tercera o quinta, pero sé que es el camino que debemos intentar por mejores días para todos.

Es urgente actuar en consecuencia de la dignidad de todos. (O)