Al parecer con la pandemia del COVID-19 afloraron teorías afirmando que el sufrimiento por el virus traería un renacer espiritual del individuo para equilibrar su estado emocional y salir fortalecido de esta prueba. Espiritualidad surgida, desde el punto de vista filosófico, de esa contradicción entre materia y espíritu, en la constante busca del valor de la vida más allá de lo terreno. Y la salud mental, un estado de bienestar donde la persona realiza sus capacidades, hace frente al estrés cotidiano, trabaja productivamente y contribuye a su comunidad (OMS). Espiritualidad y salud mental hoy en crisis en una sociedad llena de espanto. Lo demencial, lo macabro, reflota los bajos instintos del individuo.

Campea la inseguridad, la violencia, la muerte. No hay respeto a la integridad de las personas. Los femicidios se presentan con más saña. Centros de rehabilitación son mataderos, en una nación impávida urgida de despuntar en lo económico. La respuesta del Estado ha sido dubitativa, errática; la respuesta de la ciudadanía, miedo, indignación; y la comunidad internacional reacciona con asombro. La economía intenta activarse en una ‘sociedad’ dividida, individualista, de ‘sálvese quien pueda’ no impuesto por el COVID-19, sino incubada en una institucionalidad torcida, un tejido social fracturado donde el hombre es lobo del hombre y la clase política no genera acuerdos urgentes en aras de una gobernabilidad necesaria para salir del atolladero. El Gobierno no atina en designar las cabezas más eficientes. Hay ministros inexpertos, sobre todo en puestos clave que requieren destreza política y carácter. Los niveles de violencia e inseguridad resultan de errores gubernamentales del pasado y el presente, en complicidad con una sociedad que sigue solapando la corrupción y justifica los “robaron, pero hicieron” ante una palpable ausencia del Estado.

Revertir la degradación social obliga a un mea culpa colectivo, repuestas efectivas, prevenir desde la raíz misma donde germina la violencia, la corrupción, la descomposición social; se precisa atacar la desigualdad; abonar y sembrar en las nuevas generaciones; invertir recursos indispensables para formarlos con valores, sanos de mente y espíritu; no considerado por gobiernos al recortar presupuestos en educación, salud, cultura y deporte. Se requiere un gran acuerdo nacional; proyectos consensuados para activar la economía y generar empleos; implementar programas que mejoren las condiciones de vida y salud de la población; sanear y perfeccionar el sistema de justicia que aplique la ley no solo a los pobres; reformar la Constitución en pro de un nuevo contrato social; cualquier diálogo Gobierno-oposición sin estos elementos será infructuoso.

La sociedad debe fomentar la protección comunitaria; fortalecerse desde lo ético, moral, cultural, aristas claves para detener esa ‘pandemia de locura’; prevenir desde la niñez y adolescencia evitándoles soñar con dinero fácil. Antes respondían: ingeniero, abogado, cantante, al preguntarles por sus sueños. Hace poco consulté a un niño de un sector vulnerable: ¿qué sueñas ser cuando grande?; su respuesta me llenó de escalofríos. (O)