Hoy estamos enfrascados en la discusión de si debe o no haber una asamblea constituyente. El pueblo tomará una decisión dentro de una semana sobre este punto. Pero no podemos dejar de hacer ciertas reflexiones sobre este tema.

En primer lugar, recordemos que en la campaña electoral ambos candidatos hablaron de una asamblea constituyente. Doña Luisa González propuso que llamaría a una constituyente, así como hoy lo está planteando el presidente de la República.

Pero hoy, el partido de doña Luisa propone el ‘no’ en la votación. ¿Cómo se interpreta esto? Si en la campaña era bueno llamar a la constituyente, por qué no lo es hoy. La respuesta

es muy simple: la gran cantidad de consultas populares en el Ecuador

ha llevado a que el resultado de estas no reflejen el contenido de

las preguntas, sino más bien el apoyo o la desaprobación del gobierno que hace las preguntas.

Hace pocos años el pueblo votó

en contra de la extradición de los

delincuentes y narcotraficantes. Fue en el gobierno de Guillermo Lasso. Pocos años después se hizo la misma pregunta en el gobierno de Daniel Noboa Azín, y la respuesta fue afirmativa. ¿Cambió en tan poco tiempo la percepción de la ciudadanía? Ciertamente que no. Las votaciones reflejaron lo que en su momento era el respaldo o no a la gestión del presidente de la República.

El segundo punto sobre el que debemos reflexionar es que la asamblea constituyente requiere de tres elecciones. La primera, para que el pueblo decida convocarla. La segunda para que la ciudadanía elija a los constituyentes, y la tercera para que el pueblo apruebe la constitución que emanará de esa asamblea. Imposible pensar que este proceso eso dure menos de 18 meses.

Durante ese tiempo será muy difícil tomar medidas que, siendo urgentes, representan desgaste político para el Gobierno. Así por ejemplo la solución al sistema de pensiones, que está cada vez más debilitado, o enfrentar el reto de una nueva legislación laboral, que no solo contemple el trabajo por horas, sino que permita un conjunto de normas que se adapten a las realidades de la economía nacional de hoy, y a lo que el mundo nos impone con los cambios tecnológicos y las nuevas modalidades laborales.

Por lo tanto, en un lado de la balanza está una constituyente, cuya capacidad de lograr una buena constitución es incierta, y en el otro lado de la balanza, las necesidades urgentes de reformas estructurales que se han venido postergando y no se pueden postergar más.

Esto es un reto formidable para la sociedad ecuatoriana, y debe ser meditado y analizado por todos los sectores sociales y políticos, para que no generemos un ambiente de pasión política y conflictividad, que nos termine involucrando en las tradicionales divisiones que muestra la política del Ecuador, y que impidan la búsqueda de acuerdos básicos entre todos, para que precisamente las reformas estructurales se puedan hacer, y la Constitución, de lograrse una nueva, no sea la de “tal o cual ciudadano o sector”, sino la Constitución de todos lo sectores de la sociedad ecuatoriana.

Ojalá que la pasión política baje, y el espíritu cívico crezca. (O)