Según el budismo, religión que cree en la reencarnación, las personas que han acumulado un karma excepcionalmente bueno por realizar grandes méritos tienen la oportunidad de nacer en su siguiente vida como un deva, un ser con inmenso poder similar a los dioses de la mitología griega.
Según se dice, los devas habitan en los altos cielos, en paraísos repletos de placeres. Cada deva vive en un palacio, mucho más hermoso que cualquiera en la tierra, atendido por un ejército de sirvientes celestiales que satisfacen todos sus caprichos. Gracias a su gran poder, la bienaventurada existencia de los devas está libre de todo dolor. Su vida está repleta de deliciosa comida, bebidas embriagantes y música placentera. El aspecto de los devas es hermoso, radiante y no hay día en que no sientan felicidad, comiendo, bebiendo, bailando juntos. En ese estado de constante éxtasis, los devas viven largas vidas, las cuales duran miles o incluso millones de años.
Sin embargo, el Buda exhortó a sus discípulos a no buscar renacer como devas. La razón es muy simple. Distraídos y embrutecidos por el placer, los devas casi siempre se olvidan de realizar buenas acciones y cultivar sus virtudes. Y es que a pesar del inmenso poder que ostentan, los devas generalmente solo lo emplean para servirse a sí mismos, olvidándose de los seres sufrientes que habitan en la Tierra. Así, mientras experimentan el placer desenfrenado, los devas no se percatan de que están consumiendo todo el buen karma que los llevó al cielo en primer lugar, mientras que acumulan una enorme cantidad de mal karma, producto de siglos de negligencia, distracción e indiferencia. Y, a pesar de que la vida de un deva dura milenios, tarde o temprano estos también fallecen.
Los últimos días de un deva son pavorosos. La deidad se percata de que su fin se acerca y solo ahí se acuerda de que tenía la obligación de usar su poder para realizar buenas acciones. El dios entra en pánico y con frenesí intenta hacer méritos, pero ya es muy tarde. En su vejez, el poder de los devas desaparece, por lo que la aterrada deidad no puede hacer nada sino esperar su muerte. Y los motivos para temer le sobran. Al haber consumido todo su buen karma y solo haber generado malo, la siguiente vida de un deva no será placentera. Quizá renazca como un gusano o una cucaracha, o peor aún, quizá renazca en un infierno, donde será arrojado al fuego durante milenios hasta que todo su mal karma sea consumido. Según el Buda, no existe en el universo una angustia más agonizante que la que siente un deva cuando se le acerca la hora.
¿Existen los devas? No sé si haya alguno en el cielo, pero ciertamente muchos habitan en la Tierra. Adquieren su poder mediante riquezas, influencias, o elecciones, pero se olvidan de la naturaleza impermanente e ilusoria del poder. Olvidan que el poder, incluso adquirido con honestidad y esfuerzo, trae obligaciones. Olvidan que la esencia del poder es el servicio. ¡Qué fácil es distraerse! Pero es la naturaleza de las cosas cambiar y desaparecer, e incluso a los devas les llega la hora.