El reciente y bochornoso suceso ocurrido en el examen único para residencias médicas (posgrado de especialidad) en Argentina, donde se detectó fraude académico y en el que algunos ecuatorianos estuvieron involucrados, vuelve a cuestionarnos sobre la calidad de profesionales que estamos formando en nuestras universidades. Lo sucedido ha sido escandaloso y ha llenado de vergüenza a nuestro país. Además, duele –por lo menos a mí– por la universidad ecuatoriana y por la clase médica.
El engaño siempre tiene un límite. Mal acostumbrados a la trampa hecha en casa, estos ecuatorianos quisieron aplicar la “viveza criolla” en otro país y se estrellaron. Se detectó copia masiva del examen y se habló de fraude académico. El nombre de Ecuador y de algunas de nuestras universidades fueron noticia. Luego de la anulación de algunos exámenes, en el segundo llamado ningún repetidor aprobó. Obviamente, el gobierno argentino ha puesto restricciones y desde ahora solo convalidará los títulos médicos de universidades extranjeras acreditadas por la Federación Mundial de Educación Médica. Ninguna universidad ecuatoriana tiene ese aval. Los médicos ecuatorianos ya no podrán especializarse en Argentina. Pagarán justos por pecadores.
Soy una convencida de que ser médico significa ser honorable. Y no hablo de ser cualquier médico, hablo de ser buen médico: aquel que inspira confianza y entiende la magnitud de lo que está en juego cada vez que un paciente deposita su vida en sus manos. Nuestra carrera demanda mucho estudio y sacrificio. Detrás de cada guardia hospitalaria está la vida de un paciente que confía en nosotros. Para entender y practicar ese principio de servicio se necesitan vocación y exigencia académica.
Lamentablemente, en los últimos años hemos visto un deterioro progresivo en la calidad de los médicos recién graduados. Hay ingreso masivo de estudiantes, muchos ni siquiera convencidos de la profesión. La exigencia académica universitaria ha disminuido, las regulaciones son más flexibles. La calidad del cuerpo docente se ha ido empobreciendo. Los resultados no se han hecho esperar: un buen porcentaje de recién graduados no aprueban el examen de habilitación para el ejercicio profesional convocado por el Consejo de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior (Caces). En el último examen de mayo 2025, del total de presentados al examen 77,99 % aprobaron en Medicina; 60,99 % aprobaron en Odontología y 45,21 % aprobaron en Enfermería. Estos resultados deberían generar preocupación y análisis en las autoridades universitarias.
La salud pública está en riesgo. No solo por los presupuestos y demás situaciones de conocimiento general, sino porque la preparación profesional es deficiente. Si a esto se le suma la deshonestidad académica, habremos perdido la confianza en los servicios de salud. Un profesional de la salud que es incapaz de someterse –sin engañar– a una prueba de conocimientos no es confiable y constituye un peligro para la sociedad.
La medicina requiere preparación rigurosa, ética y comprometida. Quien se conforma con atajos muestra que no merece el título que ostenta. (O)