Para que se entienda el contexto, copio el primer párrafo de una larga nota que apareció el pasado miércoles en el diario La Nación de Buenos Aires.

“La furia de Javier Milei contra el periodismo viene en oleadas. Se activa y se atenúa, al ritmo de la intensidad de la agenda política. Antes del último fin de semana arrancó una de sus mayores escaladas: solo entre el viernes y la tarde del martes emitió en sus redes sociales casi 200 mensajes con ataques a la prensa, le dedicó insultos y apodos agraviantes a una veintena de profesionales, validó campañas de acoso en redes y recurrió a información manipulada para desprestigiar a voces críticas”.

La prensa

He escrito hace unos meses que el presidente argentino no hace estas cosas por maleducado sino como estrategia. Tiene bien medido que cada vez que maltrata a los periodistas sube su popularidad. Y curiosamente en esto coincide 100% con la oposición kirchnerista, porque tanto ellos como Milei han elegido cuidadosamente a los mismísimos enemigos: los pocos periodistas de verdad sumados a los del extremo opuesto de la grieta.

Se podría hablar siglos de este tema, pero quiero remarcar hoy la novedad que distingue a unos de otros –a Javier Milei de Cristina Fernández de Kirchner– porque, sacando del razonamiento la tendencia común de los dos a la inmadurez argentina, creo que para uno es estrategia política y para la otra es odio a la verdad.

Uniendo detalles

Lo común en ambos casos es una conclusión a la que no quería llegar: los dos lucran con el desprestigio del periodismo en general y de casi todos los periodistas en particular. Y pongo en cursiva la palabra periodistas porque no sé si caben dentro de la descripción habitual de los profesionales de la verdad urgente; es que cualquiera que ponga la ideología por encima de la realidad es un estafador y no es un periodista.

¿Y cómo hemos llegado a ese desprestigio? Tomando copas con el poder y abandonando nuestro servicio a las audiencias.

Un viaje revelador

Hace mucho que los periodistas nos dejamos seducir por las mieles de los poderosos y a fuerza de intimidad nos hemos convertido en sus primos carnales. Empezaron dándonos sanguchitos cuando nos convocaban a ruedas de prensa y terminaron haciéndonos cómplices de sus fechorías a cambio de dinero, privilegios, bienestar, viajes, alfombras, carros de alta gama y hoteles de lujo. Un día, cuando ya era tarde, nos dimos cuenta de que para respetar la verdad (que es la única relación honesta con la realidad) tendríamos que haber renunciado a todo eso y convertirnos en próceres o en mártires.

El poder en todas sus formas sabe bien de qué estoy hablando. Y los políticos son los que más saben, por eso nos insultan con los más variados epítetos, como lo hace Javier Milei cada vez que puede. Los periodistas también lo sabemos, aunque miremos para otro lado y nos quejemos a la SIP. Los que se dejaron corromper prefieren seguir allí porque ya están manchados: corrupción es podredumbre y de allí no se vuelve. Los que pelean por su honestidad, en cambio, saben que el poder intentará corromperlos y que nunca van a ser ricos, pero viven y mueren con la conciencia tranquila. (O)