El viernes en la mañana, al escribir este artículo, se da por hecho de que no se realizará la reunión entre el presidente de la República y la Conaie. Después de varios meses en que ha insistido en la necesidad de eliminar el decreto que liberó parcialmente el precio de los combustibles, el presidente de esa organización cerró la posibilidad de hablar directa y frontalmente con quien es la única persona que puede tomar una decisión sobre ese asunto. Las justificaciones para su negativa parecen intentos de imponer condiciones, como si sentarse a dialogar fuera un juego de fuerzas en el que hay que doblegar a un enemigo y no como una de las prácticas fundamentales de la democracia. Ciertamente, poner los temas sobre la mesa y tratarlos seriamente es menos heroico que encabezar manifestaciones y presionar desde la calle. Las prácticas de la democracia son aburridas para las mentes ardientes, pero son insustituibles.

La propuesta de cambio de fecha parece más una rabieta que un asunto de fondo. No tiene lógica una postergación de apenas cuatro días cuando han pasado casi cien desde que, paralelamente al inicio del gobierno, Leonidas Iza convirtió a los combustibles en su eslogan. Se supone que ese tiempo y los veintidós meses transcurridos desde el octubre en que lo planteó por primera vez, habrán sido suficientes para elaborar una propuesta técnicamente sustentada. Una actitud de ese tipo no habla de madurez política ni de responsabilidad frente a la organización que encabeza y representa.

La exigencia de que en el diálogo participen alrededor de cien personas, y no solamente los dirigentes de la Conaie, es la mejor manera de hacerlo inviable e inservible. La democracia tumultuaria –que tiene mucho del adjetivo y nada del sustantivo– condena al fracaso la posibilidad de tratar los temas en profundidad. Predominan las emociones, se fragmentan las demandas y se impone el grito sobre el análisis. Quienes más sufrirían el efecto negativo serían las propias organizaciones participantes y sus representados, especialmente si se colocaran en el debate los temas que ha planteado el Gobierno y que van mucho más allá de la elevación del precio de los combustibles. Imposible hablar, en esas condiciones, de soluciones técnicas, realistas y viables para la desnutrición infantil o para los altísimos niveles de pobreza que afectan históricamente a las comunidades indígenas.

Seguramente a Leonidas Iza y a algunos de sus compañeros les molesta sentarse a dialogar con Guillermo Lasso porque, para muchos sectores, él es el estereotipo del banquero sentado sobre una montaña de billetes. Puede ser así, porque en la política importan mucho las imágenes y es muy difícil derribarlas. Pero, junto a esa imagen está la realidad de la voluntad popular, que lo escogió para el cargo que ocupa. Por tanto, es con él con quien se debe dialogar. Se lo debe hacer dentro del marco de su programa de gobierno, de contenido liberal-aperturista, que nunca ocultó y fue ampliamente difundido a lo largo de la campaña electoral. Eso es lo que votó la mayoría. Que a unos les guste más y a otros nos guste menos, es otro problema. Así es la aburrida democracia que, como dice un autor italiano, consiste en contar cabezas en lugar de cortarlas. (O)