Muchos interpretan que esta metrópolis orgullosa y altiva, ha perdido su brillo natural, pasó de caja de sueños a evocar pesadillas, con puertas letales e inauditas.
Fui invitado a un recital, me materialicé furtivamente, mi escasa esperanza, compelía mis velas a guardarme en la casa, solo miedo y retumbos se advierten en sus noches, donde ya no hay disfrute, solo barrios umbríos.
Vi una pequeña cola de gente muy antigua, historia de bronce bruñido por el sol y pensé esto va a estar aburrido. Al dar la hora, nuevos y antiguos, bastones y tenis, marcharon hacia dentro, vi un despliegue de un centenar de músicos, todos eruditos y expertos.
Vestían de negro como las notas de un pentagrama y disponían sus dedos, como para empezar un drama. Súbitamente la atmósfera cambió, el fuego se encendió, el universo se apagó y por un instante su gloria y su historia la ciudad recuperó.
Entramos con fortaleza indeleble, en el túnel del tiempo, donde el alma de la nacionalidad se desgrana, donde las lágrimas se acaban y los recuerdos refulgen, la magia regresó, los sueños sonreían, los vientos abrazan.
Eran las notas tocadas con maestría, de esta hermosa obra de arte, que ha alimentado nuestra alma, desde el siglo XIX y sus valses. Sello de nuestra nacionalidad, primero nació el pasillo, después el Ecuador. La orquesta sinfónica de Guayaquil organizó el “concierto JJ sinfónico” y a eso estoy haciendo mención.
La historia se materializaba en los rincones, el mangle y el salado, se dibujaban en el aire, esbozados por el pernambuco del violín, la ría Guayas alimentando su cuenca baja, mar y biodiversidad en su viento, con la flauta traversa, vi pasar una liebre y una salamandra con color sinfín, vi las abundantes plantaciones de cacao recorridas por el fagó, y vi la alegría explicada en el cuerpo esbelto de un oboe.
Mientras nuestra alma susurraba de alegría, como agonizante, ante la descomunal hermosura de la sinfonía, que acompañaba el pasillo Azabache, con el alma en los labios se humedecieron nuestros ojos por la fatalidad, e hicimos nuestro juramento de continuar el romance de mi destino.
Aplaudimos, tarareamos, cantamos con el alma, en las butacas, la alegría y la tristeza se sentaron juntas y compartieron una humita junto al café y su aroma. La sinfónica nos hizo vivir un momento exquisito, donde recordamos esa historia gloriosa y amada de Ecuador que a veces anda de tumbo en tumbo, pero va escribiendo su letra indeleble, enmarañada.
Que más queda que volver a reposar el alma en el conventillo, seguiremos adelante, aunque el futuro sea esquivo, y mucho más si recordamos el pasillo y a Julio Jaramillo, de la mano de la sinfónica, como Apolo con su lira de oro. (O)