La ciudad de Cuenca tiene algunos elementos que la marcan otorgándole una identidad y una belleza que los lugareños las reconocemos, cultivamos y cantamos convencidos de sus características positivas. La ciudad vieja, la de las casas y casonas tradicionales, iglesias, parques que ocupan manzanas enteras, mercados con nombres de fechas patrióticas de la historia local y nacional y, que respira el espíritu de la gente que ahí mora, trabaja y concurre, le dan una vitalidad variopinta que muestra una cultura que es producto de la civilización anterior a la llegada de los españoles y, por supuesto, del posterior aporte europeo.

También está el entorno cercano de la urbe con asentamientos humanos, parroquias, que representan formas de vida y expresiones culturales que enriquecen a la ciudad cercana, que es la suma de todos. Y, en un sitial especial, está su naturaleza cuidada y amada por nosotros sus hijos, representada icónicamente por el Parque Nacional Cajas, de una belleza sorprendente producto del agua que, abundante y rutilante, define paisajes, permite la vida de animales, aves, insectos y también de la urbe, que aguas abajo, le debe todo.

Y por fin, en esta tríada caracterizadora de la ciudad, se encuentra otro elemento inevitable de la comarca cuencana, sus ríos y sus orillas, cuidados los unos con mucho esmero por la mayoría de ciudadanos y disfrutadas las otras por cientos de personas que caminan, trotan, hacen bicicleta, pasan el rato, disfrutan en familia, en un entorno de árboles, arbustos, flores que crecen cuidados por personal especializado que las mantienen impecables como homenaje a las aguas que corren en los cauces de los Tomebamba, Yanuncay, Tarqui y Machángara.

Aquí, en la verde placidez de la vida social y natural, justamente en la confluencia de dos de sus ríos, del manso y pequeño Tarqui con el Yanuncay de ocres y cantarinas aguas, se encuentra el Jardín Botánico de Cuenca, una nueva joya de nuestra cultura sencilla y profunda que aprecia lo simple porque comprende su vital sofisticación. Este proyecto hecho realidad es el resultado de ideas de cuencanos que desde hace varias décadas lo concibieron como un espacio que contribuya con la belleza natural del entorno, potencie la investigación científica de la flora del sur ecuatoriano, colabore con la conservación de especies en peligro de extinción y fortalezca la educación ambiental ciudadana, proceso liderado con entusiasmo y capacidad académica por la Universidad del Azuay que, precisamente, por encontrarse en ese espacio natural es una de las instituciones que concibieron e impulsaron este magnífico proyecto, hoy una feliz realidad.

Cuando personalmente llegué, luego de dos horas de caminata por las orillas de los ríos, a este nuevo espacio ciudadano-ambiental, para conocerlo, quedé deslumbrado cuando admiré plantas nativas con nombres de sonidos locales como amancay, sigsal, chilca, altamisa, cactus de San Pedro, capulí, nega, guarango, mutuy, shadán, yubar, sauce; otras naturalizadas como tuna, sauco, mirto, retama amarilla, y otras cultivadas como aguacate, higo, ciprés, naranjo… ¡Una maravilla! (O)