El portaaviones más grande de los EE. UU. –y, por ende, más grande del mundo– está acantonado ya apenas a 20 millas de la costa venezolana. Entre el USS Ford y otros cuatro buques de guerra desplegados en el mar Caribe se han acumulado alrededor de 180 misiles de mediano alcance, un contingente solo un poco menor al desplegado para las guerras de Irak y del Golfo. En síntesis, se trata del despliegue de fuerza más dramático en la historia de América Latina.
Decididamente, esto va mucho más allá de una guerra contra el narcotráfico venezolano o caribeño. Y si uno escucha a los propulsores de esta nueva estrategia estadounidense, la Administración Trump busca un cambio de régimen sin soldados en el terreno, o lo que eufemísticamente en Washington se ha dado en llamar “colapso de régimen”. Es decir, una campaña de bombardeos selectivos y sostenidos hasta lograr que Maduro deje el poder o que las FF.AA. den un golpe que garantice la transición. Pero la decisión de atacar o no aún está siendo debatida. Y no es que los detenga la violación al derecho internacional, sino la rebelión en las bases del trumpismo que le recuerdan a Trump que él prometió “no más guerras.”
Más allá del imperativo categórico de que no hay guerra justa, la estrategia estadounidense es de una indolencia catastrófica. Si querían realmente hacer un cambio de régimen quirúrgico y con un mínimo de bajas, no hubiesen dicho nada. Similar a lo ocurrido tras la captura de Osama Bin Laden, habría bastado el anuncio oficial, una vez que la operación diera resultado. No obstante, las ejecuciones sumarias en aguas internacionales a pequeños traficantes, por lo que hasta el Reino Unido, la Unión Europea y otros países latinoamericanos han cortado cooperación de inteligencia, y el anuncio pomposo de la movilización de tantas tropas y equipo especializado que ya llevan dos meses le han dado la perfecta justificación al régimen de Nicolás Maduro para acelerar la represión, el pánico, el silencio y la escasez en toda Venezuela. Quienes leemos periódicos venezolanos y hablamos con expertos locales sabemos que el terror a todo –tanto lo que puede hacer EE. UU. y a lo que ya está haciendo el régimen madurista– es real y cotidiano. Apenas hace unos días, el portal Tal Cual Digital describía el escenario –totalmente probable– de que Trump se arrepienta a última hora. Y solo veía la conversión del autoritarismo despótico en un totalitarismo asfixiante.
Cierto es que América Latina le falló a Venezuela. La región, pero especialmente Brasil, Colombia y México –en ese orden– debieron presionar al máximo para alcanzar una transición democrática a tiempo y no lo hicieron. Un cambio de régimen violento en Venezuela no solo que sentaría un precedente nefasto en la región; generalmente el resultado ha sido peor que la enfermedad, desde Vietnam hasta Afganistán. Y nada augura ahora que esto sea distinto. Quienes apoyan un potencial ataque estadounidense no dicen que, aun si tiene éxito, sería con una cantidad enorme de víctimas colaterales, especialmente civiles. Porque, en este punto de la historia, es iluso pensar que las fuerzas movilizadas del chavismo van a rendirse sin ofrecer resistencia. (O)









