En la noche del domingo 7 de febrero, como resultado de la torpeza cometida por el Consejo Nacional Electoral al difundir los resultados de un conteo rápido, el nombre de Yaku Pérez inundó las redes sociales. Los mensajes llegaban de lado y lado, desde el correísmo y desde el anticorreísmo. En todos ellos había desconcierto porque, en caso de confirmarse el resultado, se alterarían sustancialmente las condiciones para la segunda vuelta. Los primeros, desesperados porque lo consideraban un contendor más fuerte que Guillermo Lasso perdieron los estribos y, sin ningún recato, alegaron a favor de este último. En ese esfuerzo contaron con el apoyo de refuerzos internacionales, quienes hicieron explícito el racismo que muchos de ellos seguramente compartían (no se explica de otra manera que el periodista de Telesur no le explicara a Monedero que la condición de indígena no es racial o que ninguno respondiera a un nazi-izquierdista chileno que habló de la derecha que se baña y la que no se baña). El desconcierto de este sector le elevó los bonos a Pérez.

La reacción del otro lado fue mayoritariamente cautelosa y calculadora. Acogiéndose al principio del mal menor –no el de carácter jurídico propuesto por Ignatieff, sino el más descarnado de la política–, aceptaron que esto es lo que hay y que se le debe buscar el lado positivo. Las ideas sobre el medioambiente y la minería o sobre la idílica vida comunitaria, que a lo largo de la campaña aparecían como las ingenuidades provenientes de una mezcla de milenarismo con New age, comenzaron a ser tomadas en serio. Esta percepción se fortaleció por su hablar tranquilo, sin amenazas ni aspavientos, por la distancia que marcó con los mariateguistas de octubre, por su propia vida privada pluricultural y finalmente por la invitación al diálogo a Guillermo Lasso. Aunque no lograra su objetivo de pasar a la segunda vuelta, había conseguido implantar la imagen del líder abierto al diálogo y cargado de principios éticos que podía ayudar significativamente a la renovación de la política nacional.

El futuro lucía auspicioso para él y para el movimiento indígena. Pero, llegó la noche del 3 de marzo y quedó claro que en nuestro país el futuro es efímero. En este caso duró menos de un mes. La labor eficiente, oportuna y acuciosa del medio digital La Posta destapó la reunión que mantuvo con uno de los jueces del Tribunal Contencioso Electoral, el organismo que deberá conocer su recurso en contra del CNE. El renovador de la política se encharcaba en el mismo lodo que denunció a lo largo de la campaña y que tantos réditos le dio. El “encuentro casual” como justificación ofrecida doce horas después de la difusión de la noticia solo se entiende como un intento de endosar a los electores el aura naif que le amparó estos meses. En él fue un atributo porque le diferenciaba del resto de políticos, aunque creara desconfianza en muchas personas. Pero, intentar diseminar la ingenuidad en la ciudadanía es, en términos criollos, tratar de aplicarle el pendejómetro.

Yaku Pérez perdió la mejor ocasión para convertirse en un factor de cambio de la política. Difícilmente tendrá otra oportunidad.

Haciendo honor a su nombre, Yaku hace agua por todos lados. (O)