Es verdad que vivimos con los ojos clavados en nuestro contorno, ya sea por individualismo –qué hacer sino defender la baldosa de lo propio– o por exacerbación de los dramas nacionales. Pero el mundo no nos suelta: la sobreinformación nos lanza hacia ámbitos muy distantes y como somos ciudadanos de todo el planeta, allí estamos, mordiendo realidades dolorosas, las expresiones del poder de los más fuertes o las minúsculas noticias de la trivialidad.

Desde el 24 de febrero, buena parte de la humanidad sufre con Ucrania. No hay diferencia racial o cultural que nos desvincule o no nos comprometa con los hechos de una guerra. Hay una potencia superior que ataca a un país menos fuerte, grande y rico, sean cuales fueren las razones que esgrima en su prepotente decisión. El horror de los bombardeos con su consiguiente destrucción, la migración forzada, la reducción económica están a vista de todos. Yo, que leí noticias sobre Vietnam, Bosnia y guerras africanas, jamás había sido tan consciente de un proceso de aniquilación como ahora, con Ucrania. ¿Efecto de la madurez o de la desolación?

... la mala racha del mundo no detiene la proliferación de signos positivos...

En contraste, hay otros rostros, se renuevan los paisajes porque se acerca el verano en el hemisferio norte, y las actividades tienen que seguir su curso. En la ola de violencia y de odio un nuevo tiroteo en Estados Unidos ratifica la locura del acendrado racismo que ninguna operación educativa o civilizadora ha podido eliminar de ese país (ni en tantos otros). Nuestra América nos preocupa con el desgobierno peruano, la pobreza argentina, la temprana decepción chilena ante el joven presidente. ¿Es el narcotráfico la principal explicación para el caudal de asesinados en México? Si continúo en ese orden, solo queda puesto para el desaliento.

Por tanto, hay que desplazar la mirada hacia lugares más atractivos. No lo es que la reina Isabel no haya podido inaugurar las sesiones del Parlamento inglés por problemas de salud, pero cuando se tienen 96 años esas cosas pasan. Es alentador saber que el conjunto ucraniano ganó el Eurovisión con una canción que metaforiza la feminidad y la patria y que la gran actriz francesa Juliette Binoche será el emblema del festival de San Sebastián. El último libro de Rosa Montero, La locura de estar cuerda, arrasa las ventas y un río de satisfacciones lectoras se desborda sobre la escritora, tan activa en redes sociales.

Que se descubra un manuscrito del tan atacado, por adepto al nazismo, escritor francés Louis-Ferdinand Celine después de 77 años perdidos, es noticia. Que se acerque a su final la Feria del Libro de Buenos Aires, también, en medio del despliegue de amor a los libros, a pesar de su enorme brecha económica. Todo esto para confirmar que la mala racha del mundo no detiene la proliferación de signos positivos que nos recuerdan que el ser humano construye tanto como destruye, crea lenguajes y productos para alentar los mejores sentimientos de los que somos capaces. La beneficencia, el deporte no viciado por el comercio, los proyectos emprendidos para ayudar allá donde los gobiernos no quieren o no pueden llegar, la infancia tratada como potencial de desarrollo siempre y cuando la nutramos y la eduquemos, las mujeres en su puesto de copartícipes de todas las acciones humanas. Todo eso me salta a la vista cuando miro hacia afuera. (O)