Escéptico como soy de las personas que asumen cargos de poder político, incluso cualquier cargo burocrático menor, espero poco, a veces muy poco o nada, de las entidades oficiales. Que haya escritores dirigiendo ferias o ministerios de cultura o educación, lo he repetido hasta el hartazgo, es la peor opción. Por suerte, en el gobierno de Lasso no se ha designado a un escritor como Ministro de Cultura. La coincidencia de la entrega de una condecoración a Mario Vargas Llosa por parte del gobierno justo días después del fallecimiento de dos escritores relevantes para la literatura ecuatoriana, Jorge Velasco Mackenzie y Eliécer Cárdenas, ha desatado una lista larga de críticas, algunas oportunas por la recapitulación del abandono histórico de la literatura por parte de los gobiernos ecuatorianos, y otras más bien oportunistas para seguir atacando a un gobierno que apenas tiene unos meses, o bien para ensañarse con el nobel peruano al que no alcanzan jamás los dardos de quienes no tienen ni la sombra de su talento. ¿Cómo no alegrarse por el reconocimiento a Vargas Llosa en su defensa de las libertades con su condición de escritor agnóstico que ha criticado dictaduras, defiende el aborto, la libertad sexual y la cultura literaria?

Los reclamos del abandono de los gobiernos hacia escritores puntuales más bien reflejan el olvido cotidiano mientras están en vida otros autores, y sólo aparecen en el momento de la muerte notoria y comentada. Los escritores no somos seres de una estirpe diferente a la de cualquier ciudadano que merezca una atención médica y los otros recursos que un estado debe disponer para el nivel de vida adecuado para la sociedad civil. Sospecho que ni a Velasco ni a Cárdenas les habría gustado gozar de prebendas excepcionales del gobierno de las que no podrían disfrutar otros ciudadanos. A ambos les preocupaban las condiciones sociales igualitarias: parte de su obra da cuenta de eso, aunque van más allá.

Asunto distinto es el apoyo real, continuo, no dirigido ni calculado, de la cultura literaria y su peso específico en una sociedad que necesita seguir aprendiendo sobre su valor de amplio espectro, y no como el documento que da cuenta de un retrato social de determinados problemas del momento histórico –en este sentido, el periodismo crítico es superior y de más provecho– sino en la dimensión estética que tienen las obras artísticas, su libertad para mostrar sueños y hasta delirios de ciertos individuos de una sociedad en la que operan como mediadores de dimensiones no reducibles a la realidad inmediata. Ese individualismo de los escritores es la garantía de una imaginación libre y, por lo tanto, de las operaciones que se producen, con mil rostros, dentro de un país en un determinado tiempo. ¿La literatura opera con vectores impredecibles? Sí, de eso se trata. ¿Es conveniente apoyar lo impredecible? Por supuesto que lo es. De lo contrario la visión que se tendría de la realidad se reduciría a una materia moldeable al antojo de dictadores, sean estos gigantes o minúsculos, estatales o parroquiales. Apostar por la literatura es dar un voto de confianza a una sociedad libre que realmente cree en la libertad.

Luego de la década del gobierno de Rafael Correa respecto a la literatura y la cultura, allí oportunamente utilizadas si los escritores se sometían (o callaban) a los mandatos del gobierno siguiendo el modelo cubano o venezolano ­–países donde sus mayores escritores son aquellos que están lejos del dominio gubernamental, y de sus prebendas y beneficios que los callan (no diré que los castran, porque ya lo estaban quienes se dejaron someter)– ahora todavía está por verse qué es lo que concibe el gobierno de Guillermo Lasso respecto a la literatura y la cultura. Es evidente que faltan muchos incentivos. Permítanme la indelicadeza de una lista pero quiero ser preciso y puntual:

–Liberar insumos para la industria editorial (papel, tinta, imprentas) y apoyar proyectos editoriales literarios y culturales de relevancia.

–Facilitar la exportación de libros ecuatorianos. Reactivar el sistema postal ecuatoriano urgentemente, que reduzca costos de envío.

–Auspiciar la creación de librerías y centros culturales de iniciativa privada.

–Incentivar el retorno y la entrada al país de grupos editoriales internacionales. No anulan a las editoriales locales, generan libre competencia y variedad.

–Crear pensiones vitalicias para creadores mayores de setenta años en situación precaria, descentralizadas, incluso para ecuatorianos residentes en el extranjero, asignadas por equipos solventes y de alto nivel internacional.

–Reactivar y aumentar la compra de libros publicados por editoriales ecuatorianas para ser repartidos en bibliotecas de centros educativos, previo concurso público.

–Creación de colecciones de alta calidad editorial de clásicos ecuatorianos, hoy prácticamente inhallables en librerías. Y no para regalar ni embodegar, sino para vender al público.

–Auspiciar fondos para traducciones de obras ecuatorianas y de otros idiomas por parte de traductores nacionales.

–Creación de un fondo para editoriales que publiquen obras completas de autores vivos en la tercera edad.

Vinculado a este último punto, si se quiere homenajear en vida a escritores con trayectoria relevante, con setenta años de edad y más, señalo apenas algunos nombres de distintas ideologías y vertientes, que podría ser más larga, y que siguen produciendo con una fuerza inagotable y merecen ahora mismo que se publiquen sus obras completas: Lupe Rumazo, Vladimiro Rivas, Sonia Manzano, Fernando Cazón Vera, Alicia Yañez Cossío, Fernando Tinajero, Carlos Eduardo Jaramillo, Carlos Arcos Cabrera, Telmo Herrera, Luz Argentina Chiriboga, Violeta Luna, Iván Carvajal, Javier Vásconez, Iván Égüez, Francisco Proaño Arandi, Julio Pazos, Eugenia Viteri, Antonio Preciado, Carlos Béjar Portilla, Carlos Carrión, Bruno Sáenz, Juan Andrade Heymann, Wilfrido Corral, Jorge Dávila Vázquez, Sara Vanegas.

Señalo 25 nombres. Si solo se empezara ahora con las obras completas de diez autores, los que tienen ochenta años, no en ediciones de lujo pero tampoco en ediciones populares, y que los autores reciban sus derechos de autor adelantados ­–estas obras completas deberían circular en venta– el recuerdo de este gobierno en su apoyo a la literatura duraría décadas. (O)