@stevenespinozao

¿Por qué debemos mantener a esos delincuentes?, deben dejarlos que se maten entre ellos, ¿para qué gastar en esos pseudohumanos?, no deberían tener derechos, ¡mátenlos!, ¡mátenlos! A todos; ellos no van a cambiar, ¡usted cállese, defensor de derechos humanos, alcahuete! Por lo menos, una de estas frases ha sido visceralmente entonada desde nuestro más profundo sentimiento de odio. Renegamos, discutimos, perfilamos criminalmente a los privados de libertad, opinamos desde el psicoanálisis de nuestro alter ego que nos asesora cada vez que nuestra opinión no es requerida. En fin, buscamos coincidir con el clamor de sangre de una población indignada por el reinado del caos y el terror que impera en nuestras cárceles, y creo que hasta cierto punto tenemos toda la razón.

Creo que a gran parte de nosotros nos dolió ver cómo sacaban en brazos a una de nuestras servidoras policiales agredida sexualmente durante el último amotinamiento (a la otra parte solo le interesaba agredir en redes a los defensores de derechos humanos); y es un clamor justo lo que hacíamos, pero una vez que hemos enfriado nuestros dedos acribilladores que escriben todo nuestro odio en la trinchera virtual, debemos analizar desde un contexto más armonioso lo que sucede aquí.

Nuestra propia cultura, la cual hemos reflejado en estos días, demuestra plenamente que no queremos o no nos importa la rehabilitación social, por tanto, no es una política pública popular, y por tanto, no les resulta atractivo a nuestra clase política, finalmente más impacto comunicacional tiene la inauguración de un puente que la reinserción social de una persona.

Nosotros tenemos en nuestra genética impregnada la cultura de la reclusión, hasta el punto de que cuando de jóvenes nos portábamos mal, la primera medida coercitiva era no salir, con los amigos, a la fiesta, etcétera, y en ese punto de nuestra vida no lo entendíamos bien, pues pocos eran los elegidos que tenían un acompañamiento durante el proceso parento-punitivo.

Ahora bien, el Estado cumple el mismo rol, se llama “poder punitivo”, el cual le faculta a imponer una pena, ante un comportamiento antijurídico tipificado en la norma y que haya sido demostrada su culpabilidad, privando de la libertad a una persona por el tiempo que se determine para la infracción; sin embargo, en algún punto perdimos el norte y olvidamos que ese problema (enfermedad o circunstancia) no se soluciona con encerrar como animal de circo a una persona, en ese momento recién empieza una relación más profunda con el Estado, pues esa persona a la que se restringió su derecho a la libertad pasa a ser tutelada y protegida por el Estado, por su vulnerabilidad al estar encerrada, y este debe volcar toda su fuerza a rescatar, rehabilitar y reinsertar a la sociedad nuevamente a esa persona, que no dejó, en ningún punto, de ser un humano. Así que no se nos salga nuestra alma nazi queriendo arremeter contra los “nadie”, contra los que se equivocaron, cuidado perdamos nuestra poca fe en la humanidad que nos queda y nos volvamos en pocos pasos unos tristes tiranos. (O)