En la entrevista con Carlos Vera, el presidente de la República tensó la cuerda, pero tuvo el cuidado de no romperla. La estiró al máximo cuando acusó, con nombres, apellidos y membretes, a quienes formarían parte de una conspiración golpista. Aflojó la presión cuando anunció su decisión de dividir el proyecto de ley en tres partes y enviar estas gradualmente a la Asamblea. Fuerza y apertura, ese fue el mensaje.

Por primera vez, el presidente aludió a la situación de acoso en que él considera que se encuentra su gobierno y transmitió su decisión de utilizar los recursos y procedimientos que le proporciona el marco constitucional y legal. No dejó dudas al respecto cuando leyó el artículo 148 de la Constitución, que le permite, con solo su firma, disolver la Asamblea y gobernar con poderes legislativos por un tiempo indeterminado (¡cuántos arrepentidos habrá ahora entre los que alzaron las manos en Montecristi!). Pero, en lugar de poner fecha y hora para la expedición del decreto correspondiente o de firmarlo ahí, ante las cámaras, prefirió allanarse a la exigencia de la Asamblea.

Con el primer anuncio, el de la fuerza, dejó establecido el terreno de juego y marcadas las posiciones de los jugadores. Al calificar a la alianza de UNES, PSC Y Pachakutik como triunvirato golpista prácticamente cerró la puerta, por lo menos en el corto plazo, a cualquier entendimiento con alguna de esas bancadas. Hay quienes ven en esa decisión un riesgo para el presidente, ya que esa alianza fácilmente puede alcanzar la mayoría calificada para destituirle. Pero ese peligro es aparente y pasa a segundo plano porque, debido a que la Constitución fue hecha a la medida de un hiperpresidente, quien ocupe ese cargo puede adelantarse a la jugada. El presidente, sea quien sea, tiene las de ganar.

Así se entiende el segundo anuncio, el de la apertura. Aunque con esto pone en riesgo el carácter integral de su propuesta, lo que en realidad ha hecho es comprar algo de tiempo para conseguir dos objetivos. Primero, para quitarle el tufo dictatorial que tiene la aplicación de la muerte cruzada y utilizarla únicamente como solución de última instancia por el cierre de todas las posibilidades. Segundo, para esperar posibles cambios (incluso desafiliaciones) en Pachakutik y el PSC por la adscripción a las posiciones del correísmo y por el cálculo que hará cada asambleísta sobre sus posibilidades de volver a ocupar el puesto en la elección posterior a la disolución de la Asamblea.

Fuerza y apertura son dos ingredientes básicos de la política. Cuando todos los actores comparten objetivos y están de acuerdo en vivir bajo unas mismas normas, predomina la segunda. Cuando hay discrepancias de fondo –como la búsqueda de impunidad por parte de unos o el uso de la violencia y la negación de los procedimientos democráticos, por otros–, toma la palabra la fuerza. La situación actual tiene todos los rasgos de esta última. Tarde o temprano será necesaria la fuerza de la muerte cruzada para resolverla. Por el momento, con la intervención presidencial quedó claro que ya no es solamente una suposición, sino una probabilidad muy cierta. El equilibrio de fuerza y apertura se transformó en la dicotomía entre fuerza o apertura. (O)