Ecuador se pronunció como lo hace un país cansado, mirando con incertidumbre el horizonte. Cuando la casa está temblando, no se cambian los cimientos. Cuando el mar está embravecido, no nos lanzamos a altamar. Cuando hay terremotos, no comenzamos a construir. Fue un voto para detener la rueda, para tener un poco de calma. Un voto de defensa.
Y decidió no abrir ninguna puerta hasta que pase la tormenta, como quien sabe que no todo cambio es solución.
Y además guardó bajo siete llaves su elección. Con la característica impredecibilidad de siempre, no comentó.
Los resultados fueron desconcertantes aun para los más enterados… Resolvió, quizás sin decirlo, que primero necesitamos ponernos de acuerdo en problemas básicos y urgentes: seguridad, empleo, salud. Necesitamos ser escuchados y escuchar, que nos acompañen, y nos traigan un poco de esperanza.
El Ecuador actuó con una sabiduría antigua, ancestral, básica, instintiva, casi animal. Se protegió a sí mismo. Como el gato que se enrolla en un rincón oscuro cuando escucha un trueno.
El país quiere paz con justicia. Quiere orden sin humillaciones. Quiere cambios, pero no quiere que lo engañen. Quiere que la realidad mejore, aunque sea un poco. Quiere encontrar el camino que necesita, no el que le exigen, le proponen, no quiere espejismos. Quiere ser actor, no solo observador o víctima. Quiere recuperar fuerzas.
El rescate del niño Lucas Campaña en el cerro Puñay puede ser el símbolo de todo el país. No es un cerro cualquiera: su geografía abrupta, el viento constante, sus quebradas profundas, la neblina complican cada paso. En él desapareció sin dejar rastro, Lucas. Es un espejo de la situación del país.
Sin embargo, una cadena de esperanza formada por instituciones del Gobierno, militares, policías, central de riesgo, bomberos, comuneros, voluntarios, trabajando juntos –sin etiquetas ni partidos políticos–, logró el milagro al cabo de cuatro días en que ya todo parecía perdido.
Lucas fue rescatado con vida. Él también hizo todo su esfuerzo para sobrevivir, aguantó noches frías, hambre y miedo. Fue una victoria colectiva. En un gesto lleno de humanidad, un video muestra a un rescatista que lo sube del abismo, cargado en su espalda.
Cada actor hizo su parte. Y la ternura se mostró no como debilidad, sino como fuerza; no como evasión, sino como responsabilidad. Como motor.
Esta lección simple y poderosa debería acompañarnos en lo público. La política que sirve es la que se teje con manos que ayudan, con decisiones que priorizan la vida, y con disculpas y acciones pertinentes, cuando se han cometido horrores (niños de Las Malvinas) y errores, no con defensas institucionales que tapan corrupción. Las respuestas rápidas cuando los pacientes de diálisis están en peligro, cuando no se paga a los proveedores, los recursos rápidos cuando alguien está en peligro. Un Gobierno eficaz, cercano, empático y efectivo. Y demostró que estar atentos al otro, especialmente al más vulnerable, no es opcional: es exigencia política y humana. Si en la montaña nos unimos para salvar un niño, ¿por qué no unirnos para cuidar las escuelas, los hospitales, las calles?
Frenar para avanzar. (O)