Antoni Gutiérrez-Rubí es tendencia en estos días, no solo por ser el principal estratega de la campaña de Gustavo Petro, quien asumirá la Presidencia de Colombia el próximo 7 de agosto, y de la campaña de Juan Manuel Moreno, del Partido Popular, quien registró una victoria histórica en el Parlamento de Andalucía, el bastión del Partido Socialista en España. Sino también por su libro La fatiga democrática, una realidad sociopolítica que vivimos en nuestro país después de casi 43 años de democracia y 15 gobiernos, que no han encontrado la ruta sostenida del desarrollo a partir de la reducción de la pobreza, el desempleo y la desigualdad social.

En ingeniería, la fatiga de un material es un proceso de daño que se produce cuando este se somete a cargas variables cíclicas, donde el nivel de tensión puede variar al azar por amplitud y frecuencia. En política, nuestra democracia ha sido sometida a cargas cíclicas reflejadas en la tensión entre la ciudadanía y el Estado, que se manifiestan a través de siete gobiernos en diez años, durante los cuales tres presidentes fueron derrocados y dos estallidos sociales que han dejado a los gobiernos en condición agonizante y a la sociedad en una incertidumbre polarizada. La angustia política, económica y social ha sido constante, dinámica y progresiva.

Rescatemos tres reflexiones centrales que Gutiérrez-Rubí hace en su libro La fatiga democrática.

El populismo de la ira, caracterizado por la destrucción visceral del adversario, activa la violencia verbal en nombre del pueblo o la patria: insultar es disparar. “La ira es eficaz para movilizar, pero no para razonar. La ira no sirve a la política democrática porque no concibe la alternancia, solo la destrucción del rival… La política iracunda contagia. Polariza con tal agresividad que disuade a los sensatos, inhibe a los tolerantes, intimida a los moderados y embarra el campo de juego democrático contaminando a los rivales de odio y beligerancia”.

La arrogancia tecnocrática. “Nuestra arrogancia y sentido de superioridad nos impide aceptar que sabemos muy poco… Abandonar la arrogancia regulatoria, la autosuficiencia de los gobiernos y establecer nuevos marcos de corresponsabilidad será imprescindible… La arrogancia nos aleja de comprensiones fundamentales que tienen que ver con aspiraciones básicas y simples que son portadoras de más dignidad”.

La turbopolítica. La sociedad exige resultados a la misma velocidad que la del internet. La política que produce transformaciones estructurales requiere pedagogía. “Las respuestas políticas de fondo necesitan complicidades y comprensiones que la agitación no permite abordar… sin pedagogía hay populismo puro y duro, un populismo que presenta lo complejo como simple, lo fácil como solución. Tan fácil como ineficaz y temerario… no es posible la calidad en la política democrática ni en la gestión de lo público si ambas son sometidas a la aceleración y a la agitación”.

La resistencia de un sistema democrático a la fatiga requiere una política responsable, eficaz y sostenida; porque una democracia fatigada, nos alerta el autor, deja líderes sin poder y poderes sin líderes. (O)