El primer domingo de Adviento estaba escuchando la homilía del sacerdote conocido como “el padre Chino”, cuando de repente dijo: “Tengo un premio para quien recuerde esta palabra: eutrapelia, es la virtud de saber equilibrar la diversión”. Me llamó la atención este término que parecía un trabalenguas y me gustó que, con mucho humor y paciencia, empezó a explicar con ejemplos, acciones que forman parte de la cotidianidad de muchos, como el momento en el que luego de haber trabajado sin parar, elegimos hacer una pausa para relajar la cabeza y decidimos entrar en las redes sociales “un ratito”, pero al darnos cuenta, ha pasado una hora.
Por tanto, me quedé analizando la acertada decisión que tomó la exministra de Educación Alegría Crespo, cuando prohibió los celulares en las aulas de clase y cómo este cambio ayudó en la atención de mis estudiantes, quienes llevan muy comprometido dicho tema, así que pensé en mi pasado, esa época de los dinosaurios cuando el teléfono era un aparato conectado a la pared y había que esperar estar en casa para recibir la llamada de amigos o amigas y rezar para que no contestara el ingeniero Coello, porque si algún chico tenía la audacia de llamarme pasadas las 20:30, él simplemente decía: “Estas no son horas de llamar a mi hija” y cerraba el teléfono. Adiós chico que me gustas, te contestó la ley de mi casa, pensaba. Esto, sin mencionar que mi memoria retenía una cantidad infinita de teléfonos, el de mi casa, de mi abuelita, de mis mejores amigas, y si los cambiaban, mi memoria hacía la actualización correspondiente; hoy, solo conozco mi número celular. Recordé también cuando aprendí que jamás debía decir que estaba aburrida un fin de semana, porque mi mamá me ponía a limpiar el cuarto, arreglar cajones y sacar la ropa que ya no usaba. Lo bueno fue cuando mi papá me empezó a regalar libros y desde ese momento hasta ahora, jamás estoy aburrida.
En esa misma época jurásica, las vacaciones eran el tiempo de jugar, andar en bicicleta y visitar mucho la playa, pero ahora es cuando los niños se sumergen en pantallas al libre albedrío y poco control parental, claro, un niño sumergido en el mundo digital es un niño que no habla y eso es lo que muchos padres desean, pero ese silencio va matando su creatividad, desarrollo cognitivo y a veces lo expone a imágenes que no son para su edad. Ahora, muchas veces los padres prefieren que sus hijos estén encerrados en casa para no exponerlos a la violencia rampante que vivimos, pero encerrados en casa, abren las puertas de las redes sociales y estas se vuelven el mayor enemigo del adolescente que busca su identidad, validación y aceptación a través de likes o desafíos estúpidos que ponen en riesgo sus vidas.
Finalmente, no gané el premio ofrecido porque una señora de las primeras filas se me adelantó, pero me quedé con la tarea de aplicar en mi cotidianidad la eutrapelia y reducir el mundo virtual para disfrutar del real, como lo hacía antes, cuando las personas eran más importantes que los dispositivos electrónicos, como dice Patti Smith: “Haz que tus interacciones con las personas sean transformadoras, no solo transaccionales”. (O)