Hoy es un día raro. Es viernes, pero el cuerpo parece no saberlo. Es 26 de diciembre, ese territorio extraño entre Navidad y Año Nuevo. No es feriado del todo ni rutina completa. No es celebración ni balance. Es un paréntesis donde, aparentemente, no pasa nada.

El tráfico baja, las calles se vacían, los correos dejan de llegar con urgencia. El ruido del año se apaga y aparece un silencio, incómodo para algunos, necesario para otros.

En este limbo atemporal suele resultar más cómodo prepararnos mentalmente para los rituales y las listas de deseos, los excesos y la euforia del fin de año, que detenernos a habitar el silencio. Mirar hacia adelante es siempre más fácil que quedarnos quietos mirando lo que ya pasó.

Byung-Chul Han advierte que vivimos en una sociedad que confunde movimiento con propósito. Producimos, respondemos, opinamos, reaccionamos, no tanto por convicción como por la incapacidad de detenernos. El ruido permanente no es un accidente: es funcional. El silencio, en cambio, interrumpe la inercia y se vuelve problemático porque desarma la lógica de la ocupación y deja al descubierto preguntas que preferimos no formular. Tal vez por eso este paréntesis incomoda.

No me resulta mala idea, entonces, dedicar un momento de este día a la observación con calma de lo que ha pasado este año. Por un lado, pensar sobre esas cosas que durante meses logramos esquivar: conversaciones que no tuvimos, llamadas que no hicimos, disculpas que dejamos pendientes, o por otro, poner atención a hechos como el regreso de D. Trump a la Casa Blanca, que volvió a colocar la migración en el centro del debate público regional. O el año en que la inteligencia artificial generativa, con ChatGPT a la cabeza, dejó de ser una curiosidad tecnológica para convertirse en una fuerza que redefine el trabajo, la creatividad y la comunicación. O un año en el que el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado volvió a situar a América Latina en la conversación global sobre democracia, no como un relato superado, sino como una fragilidad todavía en disputa.

Cada uno tendrá sus propias conversaciones, sus propios temas de interés, lo cierto es que en unos días más, después del largo feriado, las agendas se llenarán otra vez y el movimiento recuperará su prestigio.

Entonces, tal vez, habrá valido la pena, ese día viernes en el que paramos por un momento y usamos el silencio no para hacer una nueva lista de propósitos, sino para volver una mirada reflexiva y crítica a lo que nos está pasando. No se trata de resolver el año en una tarde ni de iluminarnos para ordenar el mundo desde una pausa breve, quizás sería suficiente preguntarnos qué conversaciones seguimos postergando, qué temas evitamos mirar de frente y qué decisiones dejamos siempre para después.

Una sociedad que no se permite

detenerse a pensar no es necesariamente más productiva, solo corre el riesgo de repetir, con más velocidad, los mismos errores.

Este silencio de hoy, este día raro y sin lugar, será vencido por el ruido, y el problema no es que el ruido regrese, sino que vuelva a encontrarnos exactamente en el mismo lugar.

Muy feliz año. (O)