La conmemoración del 10 de Agosto tendrá este año un gusto amargo. Sea cual fuere el resultado del tira y afloja por la Alcaldía, lo cierto es que Quito no está para fiestas ni para sacar pecho por ser la cuna del primer intento independentista. La situación en que se encuentra la ciudad hace que las glorias pasadas parezcan un cuento o, en el mejor de los casos, que se refieran a realidades ajenas. No es necesario entrar a una cantina oscura, sucia y maloliente, como la de Conversación en la catedral, para escuchar, adaptada a la situación, la pregunta de la novela: ¿cuándo se jodió Quito?

La respuesta corta es hace mucho tiempo, pero es incompleta. Para obtener la respuesta de fondo es necesario preguntar también por los responsables. Por esa vía se llega a anteriores administraciones y a un sinnúmero de actores que, por acción o por omisión, han contribuido al desastre. En lo inmediato, el primero que aparece en la lista, el más visible por todo lo hecho en los últimos meses, es Jorge Yunda. Él se lleva la medalla de la peor gestión de los últimos cuarenta años (lo que es mucho decir si se considera la mediocridad de su antecesor Mauricio Rodas). Yunda está bajo investigación por sospechas de corrupción y es el primer alcalde de la ciudad que desempeña su actividad con un grillete electrónico. A pesar de haber sido destituido legalmente por la mayoría de los concejales, con una decisión ratificada por el Tribunal Contencioso Electoral, se niega a dejar la Alcaldía y crea un caos jurídico. Mientras tanto, el Municipio está paralizado y la ciudad abandonada.

Para sus argucias legales cuenta con la complicidad de unos jueces que, por alguna razón inconfesable o simplemente por ignorancia, se pasan por encima de lo establecido en la Constitución y en las leyes correspondientes (sería incomprensible que después de esta actuación siguieran en esos cargos contribuyendo a la inseguridad jurídica del país). Ellos también son responsables de la actual crisis quiteña.

La búsqueda de responsables lleva también hasta partidos políticos que jamás intentaron comprender la especificidad de la gestión municipal, en general y mucho menos de una región metropolitana, en particular. La Izquierda Democrática, que en un tiempo se alejaba de esa tendencia negativa, ahora está desorientada y colabora entusiastamente al caos. Por su parte, los correístas quisieron convertir a la destitución del alcalde en un tema de lucha de clases. Les importó un pepino lo sucedido con las pruebas para el COVID, las evidencias de irregularidades en contratos y las transacciones del hijo del alcalde. Sostuvieron que a Yunda se le atacaba por cholo, con lo que ratificaron que lo ético les tiene sin

cuidado.

A la ciudadanía le cabe una parte importante de la responsabilidad. Ha sido indiferente ante los últimos acontecimientos, los ha dejado pasar como si correspondieran exclusivamente al ámbito institucional. Fue su voto el que colocó en las dos últimas ocasiones en el primer cargo político de la ciudad a las peores opciones que tenía al frente. Ahora tiene la oportunidad de enmendar sus errores y poner fin, con su acción directa, a la pesadilla municipal y espesa a la que aludía el poeta. (O)