En la segunda de las tres veces en que Juan José Vilaseca Valls nos visitó en el exilio, entró raudo en nuestra casa, no saludó, dijo: “Perdón, llévame a la cocina”. Sacó entonces de su chaqueta una servilleta doblada, ahí tenía unas semillas. Las lavó, luego pidió papel toalla, las secó prolijamente y las puso en unas servilletas de papel limpias, y las guardó en un sobre que me pidió. Dijo entonces: “Ahora sí puedo saludar, estas eran las semillas de una variedad de guayaba que me faltaban, y tengo que asegurarme de que lleguen bien al Ecuador”.

En su última visita nos regaló tres días enteros para compartir todo el tiempo con nosotros. Estaban unas reliquias de Don Bosco en Cartago. Eran tumultos de gente. No se incomodó, fuimos juntos y recordó sus raíces salesianas con devoción y todas las ayudas que a ellos dio.

Tenía yo 28 años. Mi vehículo era una Suzuki 125 de las que vendía Créditos Económicos. Salíamos de una reunión en las oficinas de nuestro común amigo Carlos Pérez Perasso. Todos íbamos a un almuerzo. Él no tenía su auto y no había espacio en el vehículo donde iban los otros. No dudó: “Vamos, Dahik”. Se embarcó en la parte trasera de mi moto, y así llegamos al almuerzo. Él era ya uno de los más prominentes empresarios de la ciudad. ¡Y qué decir de su modesto VW, el cual manejó por muchos años!

Y estando en el exilio, me pidió una visita académica a la Universidad de Lleida, para preparar un proyecto de ley que sirviera para la investigación agropecuaria. Visité luego el pueblo de origen de su familia: Igualada, y la Masia, la casa ancestral de la familia Vilaseca. Entendí sus raíces y lo que me estaba diciendo entre líneas: “Eres mi amigo y no vas solo a un trabajo profesional, vas a entender de dónde salió mi abuelo y de dónde vengo yo”. Esa visita a Cataluña me dijo mucho de su aprecio y amistad.

Vilaseca fue un grande, un hombre ejemplar en su responsabilidad familiar, en su trabajo y en su aporte a la colectividad. Creó un grupo de empresas que ha generado empleo para miles de ecuatorianos, exportaciones tanto directas cuanto indirectas a través de los envases que produce, ha hecho aportes al avance de la agricultura, la industria, el comercio y los servicios, y ha servido socialmente en forma silenciosa. Baste recordar cuántos ecuatorianos estudiaron en la Earth con becas del grupo.

Y cuando fue llamado a la conscripción civil, ejerció la alcaldía de Guayaquil. Ordenó el Municipio y salió, al año, sin querer eternizarse en ese cargo, habiendo podido quedarse mucho más tiempo. Lejos de él la vanidad, la fama, las fotos y los halagos. Cuánto costó el que aceptara que la condecoración que le dio el Gobierno, y que tuve el privilegio de entregarle, fuese en un pequeño acto privado, ya que ni eso quería aceptar: sencillez y humildad ejemplares.

La vida da regalos. El privilegio de haberlo conocido y de disfrutar de su amistad, su consejo y enseñanzas es uno de los más grandes que hetenido.

Deja un legado familiar, empresarial y de aportes a la colectividad incalculable. Se fue realmente un gigante. (O)