Como mendigos que dormimos sobre oro nos calificó Humboldt a principios del siglo XIX. Parece una metáfora, pero no, es una verdad monda y lironda. Doscientos veinte años después seguimos siendo pobres, mientras se establece que en efecto el territorio ecuatoriano alberga grandes riquezas minerales. No solo que no aprovechamos esos recursos, sino que se ha extendido en buena parte de la población la idea errada de que la minería “es mala”. A lo mejor este prejuicio no es compartido por la mayoría de la población, pero sí es voceado a los cuatro vientos por activistas con intenciones políticas. Muchos males y peligros se achacan a la minería, pero sobre todo el de destruir el medioambiente. Por esencia ninguna actividad humana es inocua, todas alteran los ecosistemas en algún grado. El ser humano es una especie invasora y, por tanto, su impacto sobre los ciclos naturales siempre distorsiona su funcionamiento. Incluso la cultura de los pueblos “no contactados” tiene costos ambientales que solo se pueden mantener en muy pequeñas comunidades.

Entonces, lo que se debe procurar es que todas las actividades humanas legítimas se realicen con un mínimo daño en los espacios naturales. Y esto es posible con la minería, que se logra no mediante ningún “conocimiento ancestral” ni práctica chamánica. Para empezar, hay que contar con estudios científicos serios que determinen cuáles son las posibilidades del yacimiento y de su entorno. Así se establecerá cuál es la tecnología apropiada, que siempre debe ser de punta. De esta forma se pueden tener explotaciones mineras en las inmediaciones e incluso dentro de áreas protegidas. Hay ejemplos de esto en países muy cuidadosos. Lo importante es que haya autoridades éticas que estén dispuestas a imponer los controles necesarios. No es un tema ecológico sino moral y de eficiencia administrativa.

Lo peor que puede ocurrir es que la minería, en lugar de estar sometida a normas y a la vigilancia de autoridades, se desenvuelva por fuera del marco jurídico, en la informalidad. Los yacimientos de oro y de algunos otros minerales valiosos, se puede decir que, si no se explotan legalmente, es seguro que se lo hará por lo ilegal. Y ahí sí tenemos problemas. La pobre tecnología utilizada es poco eficiente en la recuperación del metal y altamente contaminante. Los asentamientos dedicados a estas actividades constituyen verdaderos focos infecciosos en los que se congregan toda clase de prácticas criminales y nocivas: lavado de activos, narcotráfico y drogadicción; trata de personas y prostitución; invasiones de terrenos; organizaciones mafiosas y funcionarios corruptos... la lista es infinita. Lo más triste del caso es que casi todos los que fueron allí infectados por la fiebre del oro se irán tan pobres como llegaron. Esta situación trágica es una metáfora de lo que le puede pasar al país: si no se aprovechan las minas con técnicas adecuadas, cuidando los factores colaterales e invirtiendo racionalmente los ingresos generados, en pocos años se agotarán los yacimientos, el medioambiente se habrá degrado y los problemas sociales se agudizarán. Mendigos que duermen sobre arcas vacías. (O)