El 26 de marzo de 2011 publiqué en esta columna un artículo titulado ‘El Niágara en bicicleta’.

En el artículo hacía referencia al calamitoso estado del sistema de salud pública y el viacrucis que debe recorrer un ciudadano común para ser atendido y aliviado en su dolor.

No cree usted que el maestro dominicano ha retratado muy bien el calamitoso tránsito de millones de ecuatorianos...

Once años más tarde, leyendo las noticias sobre el calamitoso estado del sistema de salud pública en que la ciudadanía clama por atención, por medicinas e insumos para ser atendida, recordé nuevamente la obra maestra de Juan Luis Guerra y me di cuenta de que en once años nada ha cambiado.

Comparto con usted, amigo lector, un breve fragmento de la canción para luego comentarla: Me llevaron a un hospital de gente supuestamente. En la emergencia, el recepcionista escuchaba la lotería. ¡Alguien se apiade de mí! Grité perdiendo el sentido. Y una enfermera se acercó a mi oreja y me dijo: “Tranquilo, Bobby, tranquilo”. Me acarició con sus manos de Ben Gay y me dijo: “¿Qué le pasa, atleta?”. Y le conté con lujo de detalles lo que me había sucedido. Hay que chequearte la presión pero la sala está ocupada y, mi querido, en este hospital no hay luz para un electrocardiograma. Abrí los ojos como luna llena y me agarré la cabeza. Porque es muy duro pasar el Niágara en bicicleta.

¿No le parece, amigo lector, que esta letra calza muy bien a nuestro país?

¿No cree usted que el maestro dominicano ha retratado muy bien el calamitoso tránsito de millones de ecuatorianos por los hospitales públicos?

¿Cómo puede un médico, por mucha buena voluntad y capacidad que tenga, cumplir con sus funciones si no cuenta con las herramientas indispensables para hacerlo?

¿Acaso hemos reparado cuánto nos cuesta el seguro social y qué recibimos a cambio?

¿Es acaso justo que miles de millones de dólares que los ciudadanos aportamos al sistema de salud pública, a través del IESS, hayan sido apropiados durante décadas por los gobiernos de turno, para saciar a esa burocracia asfixiante que se lo lleva todo?

¿O que termine, a través de sobreprecios, en los bolsillos de mafias enquistadas en los hospitales públicos, a vista y paciencia de los gobiernos que a fin de cuentas hacen poco o nada para erradicarlas?

¿Será que nos damos por vencidos y concluimos que debemos acostumbrarnos a lo que hay; a que la gente se muera en las puertas de los hospitales o por falta de medicinas?

¿Será que, efectivamente, contar con un sistema de salud pública de calidad y ser atendido en los hospitales públicos como seres humanos es tan duro como atravesar las cataratas del Niágara en una bicicleta?

No cabe duda de que esta canción no es más que el retrato de un problema latinoamericano. De Estados que no cumplen con su función primordial de cuidar la vida de sus ciudadanos. De un sistema corrompido, egoísta e insensible, más preocupado del capital, de la política y de los egos que de millones de vidas que claman por ser tomadas en cuenta y rescatadas de la pobreza en todo sentido. (O)