Para resumir lo que históricamente ha sido el mecenazgo, desde su inspirador, Cayo Mecenas, allá en lo que fue el Imperio Romano, podríamos reducirlo al simplismo de que en realidad eran dos: el mecenazgo que apoyaba las artes, las musas y sus museos, por la sola decisión de que existan a través de quienes se dedicasen a ellas sin estar contando las lentejas (podríamos decir, el bueno); y el mecenazgo que financiaba artistas y juglares, a condición de que hicieran lo que sus torcidas mentes dispusiesen, como cambiar los relatos históricos escritos y pictóricos, por antojadizas narrativas heroicas en favor de quien pagaba las lentejas... y los jamones… y los vinos… y el bacanal (podríamos decir, el malo).
Esto que parece tan lejano es en realidad tan actual como los algoritmos, las fibras ópticas y la inteligencia artificial que ahora sirven especialmente a los segundos de esta historia, para ganar dinero, que muchas veces y dependiendo del talento invertido, pudiese no ser poco. Lo cumplen lo que he dado en llamar los neo-mecenas digitales que compran talentos y conciencias para utilizar todo su potencial a favor de sus intereses, no muy santos, y a la vez en contra de sus rivales e incluso de quienes pudiesen serlo, cambiando sin remordimientos relatos que luego, con ausencia total de escrúpulos, defenderán también sin despeinarse.
Y si lo que digo les genera dudas, miren a su rededor y notarán que, en cada grupo social, de amistad, de familia, ya hay quienes dedican la mayor parte de su tiempo a lo digital y viven de eso, sin contar mayores detalles, sigilosamente, sobre todo si su mecenas le pide hacer el mal. Miren un poco más allá en su entorno y sentirán los efectos de esa nueva realidad: autoridades que se acusan de todo con coidearios o excoidearios; políticos capaces de trastocar la realidad de manera grotesca con tal de alcanzar sus objetivos electorales, judiciales o de la función pública; mentiras que tratan de imponerse con calzador en la mente de quienes siguen fielmente a algún líder, sea por convicción ideológica o convicción monetaria.
Es lamentable que ese tipo de “granjas” y call centers desde donde se hace el mal digital, sean ahora la primera opción de trabajo de muchos talentosos jóvenes que surgen en el mundo laboral, y que nacieron con la tecnología ya descargada en su disco duro humano. Y que esa opción, usualmente pagada “en negro”, que significa en efectivo y sin que queden rastros en el sistema financiero, no tenga algún tipo de control social, en medio del desmadre que estos jóvenes están convocados a avivar en redes como el antiguo Twitter (no me acostumbro a llamarlo X) convertido en el ring de las ideas torcidas, de la injuria y muy constantemente, de la infamia.
Que reculen los neo-mecenas que tienen recursos para pagar el ejercicio del mal, lo creo muy poco probable, porque han encontrado en la tecnología el “cuchillo del pan” que reseña Álex Grijelmo, experto linguístico: sirve igual para cortar la hogaza que te va a alimentar, como para matar a cualquier ser viviente. Que los talentos que reciben el “auspicio” malévolo de ese neo-mecenazgo, se rebelen, es mi esperanza. (O)