Es el título del libro de la periodista noruega Asne Seierstad, que llega a Afganistán en el 2001 para cubrir las últimas acciones de la guerra en contra de los talibanes. Relata los acontecimientos que fueron cambiando la vida de Kabul desde la época del monarca Zahir Shah que trató de modernizar el país, los 10 años de invasión de la Unión Soviética que quiso imponer un régimen comunista, la guerra civil en Afganistán tras la retirada de los soviéticos, la toma del poder de los talibanes; la invasión de los norteamericanos que derribó al régimen talibán que Estados Unidos consideraba que estaba implicado en los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Shah Muhammed Rais es el verdadero nombre del protagonista del Librero de Kabul y que Asne lo bautizó en su libro como “Sultán Khan”; con él trabó amistad en las visitas que hizo a Kabul y a su librería.

La periodista le propuso a Shah Muhammud que le permitiera vivir un tiempo en el seno de su familia para poder escribir sobre las costumbres y el diario vivir de una familia afgana.

La vida de la periodista no fue fácil ya que tuvo que adaptarse a las extrañas costumbres de sus anfitriones, en varias ocasiones, para pasar desapercibida tuvo que usar burka.

La autora narra magistralmente las actividades cotidianas de Sultán Khan, su trabajo en la librería, sus frecuentes viajes, sobre todo a su vecina Pakistán y los peligros en la ruta de los contrabandistas; la relación con sus hijos y familiares, la compleja vida y las penurias de la mujer afgana y los últimos enfrentamientos bélicos de facciones en conflicto y la caída definitiva del régimen talibán.

“Los comunistas, deseosos de asegurar su poder, trataron de eliminar a los grupos islamistas. Los muyahidín –los guerreros santos– emprendieron entonces una lucha armada contra el régimen; lucha que más tarde evolucionó hasta convertirse en una guerra despiadada contra la Unión Soviética”.

En el régimen de los talibanes, “Todos los libros con imágenes de seres vivos, humanos o animales fueron echados al fuego”. “Alrededor de la hoguera se encontraban también los agentes de la policía religiosa con látigos, palos y fusiles Kaláshnikov en las manos. Estos hombres consideraban enemigos públicos a todos los amantes de las imágenes, los libros, las esculturas, la música, la danza, las películas y el pensamiento libre”. “El régimen consideraba hereje cualquier debate; para los talibanes eran pecado las dudas, y juzgaban innecesario y hasta peligroso cualquier estudio que no fuera el del Corán”.

Entre tantas cosas prohibidas, “El régimen talibán prohibió el esmalte y su importación, y a algunas desdichadas se les cortó una falange de la mano o del pie por haber infringido la ley”.

Los talibanes ven cualquier representación de la forma humana como una afrenta al islam. Asne nos relata uno de los mayores crímenes arqueológicos de la historia: “Seis meses antes de la caída de los talibanes, los gigantescos budas de Bamiyán, que con sus casi dos mil años de antigüedad constituían el patrimonio cultural más importante de Afganistán, fueron también dinamitados”.

Un graffiti en Dari (persa afgano) en una pared de Kabul, dice: “Ya pasará”. (O)