Cuando los resultados electorales del 2017 fueron proclamados, fui, como muchos ecuatorianos, de aquellos que esperábamos la continuación de un régimen que había ya destruido la economía y la institucionalidad del país. Más aún, pensábamos que sería el expresidente Correa quien manejaría al país, continuando las mordazas contra la prensa, atacando la libertad de expresión. Creímos que continuaría la manipulación de los jueces y fiscales, el manoseo y desprecio a las FF. AA. y la política de confrontación y división.

Los dos primeros ministros de Finanzas garantizaban el continuismo de las políticas absurdas del SSXXI. Pero, poco a poco, con una consulta popular de por medio, Lenín Moreno se fue alejando de ese fantasma y produjo un rompimiento con el régimen anterior a él y con los líderes de la FaRC (Familia Revolución Ciudadana).

Sigo lamentando que el ritmo que siguió fue demasiado lento. Creo que la consulta se debió haber hecho mucho antes. Creo que el cambio de rumbo de la economía tardó mucho y que la profundidad de los cambios debió haber sido mucho mayor.

Pero eso no invalida el gran logro histórico de Lenín Moreno, quien habiendo sido el candidato de una dictadura de las más peligrosas, aquellas que se visten con ropaje de democracia, no siguió su legado y terminó su período sin que esa tiranía pueda regresar al poder.

No voté por Lenín Moreno. Me angustió su elección. Pero hoy siento, como muchos, que su paso por la Presidencia de la República dejó un saldo más positivo que negativo.

Los ecuatorianos pudimos decir lo que pensábamos sin ser perseguidos. El presidente no gastó sus energías en hacer listas de periodistas o ecuatorianos a los cuales perseguir o secuestrar. Se respetaron los fallos judiciales y no se redactaron sentencias en la Presidencia de la República. Se permitió disentir, opinar y expresar libremente las ideas, aunque fueran contrarias a las del presidente. Se salió del perverso eje conformado por Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Argentina. Se retornó a normalizar relaciones con los principales socios comerciales y con los países respetuosos de los derechos humanos y de las libertades individuales.

En otras palabras, el Ecuador recuperó su identidad, su historia, su puesto correcto en el contexto internacional. No apoyó a Podemos en España, ni se inclinó por los Kirchner en la Argentina. Sencillamente se alineó con la democracia, la libertad y la institucionalidad.

Por ello el presidente Moreno, más allá de ese desgaste gigante que produce el ejercicio del poder en nuestro país, sale con la misión cumplida en aquello que era lo más importante cuando asumió el poder: sacar al Ecuador del camino perverso hacia el totalitarismo, la destrucción de sus instituciones y la consolidación de un proyecto político tan perverso como perversa puede ser el alma humana. Sí, de eso nos sacó, contrariamente al pronóstico de una gran cantidad de ecuatorianos.

Muchos serán los defectos y errores que se le atribuyan a su Gobierno, pero el hacer que el Ecuador no sucumbiera ante ese fantasma horrible es un logro que borra muchos de esos errores. (O)