Amo a Francisco, el papa. Amo, en presente. No porque fue perfecto, sino por ser como fue.

Porque aceptó sus defectos, sus fracasos, porque sabía mirar con ojos limpios, esos que han atravesado múltiples naufragios y que el llanto volvió transparentes y asombrados. Porque estaba pendiente de los suyos, y no se dejó cambiar por la función que desempeñaba. Porque saboreaba la comida, el baile, el fútbol y escribía a mano.

Porque sostenía que la duda es parte de nuestro caminar; porque no tenemos las respuestas a todas las preguntas y porque afirmaba que Dios ama más las preguntas que las respuestas. Que el miedo es una jaula que nos roba el futuro y nos recordaba que lo contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia. “La indiferencia es agresión y muerte”.

Francisco y su legado

El papa Francisco decía que la esperanza empieza cuando nos encontramos con alguien, con un tú, que reconocemos, respetamos y amamos, y ahí comienza un cambio de realidades que se transforma en un “nosotros” que contagia alegría y optimismo.

Porque era terco en sus convicciones y las sostenía en la Curia y en las Naciones Unidas, en los barrios periféricos y con las autoridades más poderosas del planeta.

En un mundo donde separamos lo que pensamos, hacemos y sentimos, Francisco insistía que hay que utilizar todas nuestras capacidades conjuntamente: pensar, sentir, actuar, no importa el orden, pero juntas. Entonces nos hacemos vulnerables y fuertes, con la fuerza del amor, de la esperanza, de la misericordia. Y engendramos las palabras que crean, abren puertas, tienden puentes y derriban muros.

Francisco

Resultaba incómodo, por eso sorprende que varios líderes políticos, que fueron cuestionados por él, o que ellos cuestionaron, hayan estado en su funeral, circunspectos y cabizbajos.

Más duro aún que cardenales corruptos y otros que encubrieron abusos se hayan presentado con sus atavíos y su desfachatez, como si el protocolo pudiera lavar lo que no quisieron cambiar. Tendrían que pedir el don de la vergüenza, como la pedía Francisco para sí (para no olvidar quién era y sus equivocaciones).

No les gusta un líder que pone el dedo en la llaga, mira de frente, y recuerda que el poder tiene un límite: el de la conciencia.

Cónclave

Respetar a un papa muerto es fácil. Tal vez por eso muchos líderes políticos prefieren los funerales solemnes a las voces incómodas.

Escuchar a un profeta vivo es más difícil. Porque escuchar de verdad implica cambiar. Implica reconocer la realidad que golpea y clama por soluciones.

Hay muchos temas pendientes que Francisco no abordó. En una institución milenaria, tejida con tantas luces y sombras, una monarquía democrática como la definió un arzobispo, dejó sembrada una urgencia: apostar por la paz.

El papa Francisco y la economía

Esta no es fruto de muros y armas que se apuntan entre sí. “Una paz real y duradera es la consecuencia de una economía que no mata, que no produce muerte, que cultiva la justicia, que no se rinde a la cultura del beneficio a toda costa. Hay que plantar cara a los ladrones del futuro”.

Depende de nosotros cuidar la pequeña planta de la esperanza, permitirle crecer en un terreno cuidado y protegido, para que la justicia y la paz florezcan. (O)