El mundo, y no solo el Ecuador, observó perplejo, atónito, incrédulo, las escenas cargadas de sadismo, inhumanidad y muerte, que se dieron en las masacres de varios centros penitenciarios del Ecuador.

Las explicaciones sobre la corrupción en el manejo de las cárceles abundan. Muchos, en una simplicidad ingenua, atribuyen a esto la causa de todo el problema.  Un cónsul de un país europeo, persona respetabilísima, quien tuvo que visitar a una reclusa en Turi, Cuenca, originaria del país al cual ese cónsul representa, me decía que a él lo revisaron hasta si llevaba algo en el pelo, y que entonces no entiende cómo pueden ingresar armas, celulares y más artículos en las cárceles. Sí, hay mucha tela que cortar respecto del manejo y la corrupción del sistema carcelario que explica el porqué a unos los revisan y otros tienen armas, y por qué las cárceles son un lugar cercano al infierno.

Sin embargo, lo más importante es que tenemos que entender cuál es la relación entre los hechos de ese submundo y lo que está sucediendo afuera de él.

Que en varias cárceles se dé simultáneamente la masacre que se dio, no puede jamás ser un hecho aislado.  Es como si en tres cárceles, explotaran en el mismo día los tanques de gas en tres ciudades diferentes. ¿Quién puede creer que eso es un hecho fortuito? Entonces, los ecuatorianos necesitamos entender en qué grado el crimen organizado ha penetrado y corrompido las estructuras políticas y sociales de nuestro país. Y entender también cuál es la relación entre la situación de hoy y hechos que se han dado en el pasado, sean políticas equivocadas o falta de políticas.

Las preguntas que vienen a la mente son muchas. ¿Hubiera pasado esto si hubiésemos mantenido el apoyo de las FF. AA. de los EE. UU. con la base de Manta como centro de operaciones en el Ecuador en la lucha contra el Narcotráfico y el terrorismo? ¿Hubiera sido la situación igual si no se aplicaba la famosa “tabla” con la cual la posesión de una cierta cantidad de droga quedaba despenalizada? ¿Fue esto clave o una invitación al tráfico dentro del Ecuador? ¿Hubiera sido el problema igual si los servicios de inteligencia de la Policía y FF. AA. no hubiesen sido debilitados, y si las instituciones armadas no hubiesen sido sometidas a un perverso manoseo político, en el cual durante años los ascensos fueron hechos por razones de interés del Gobierno y no con criterio institucional y de país?

Estas preguntas y otras similares merecen un profundo análisis y claras respuestas.  Pero más allá del entendimiento de toda la trama que está detrás de estos hechos y de su vinculación con el resto de la sociedad, es momento para fijar dentro de los grandes objetivos nacionales el nuevo rol que deben jugar las FF. AA. en el Ecuador.

Las guerras internas son hoy mucho más frecuentes y riesgosas. Miremos el caso de México, Estado casi fallido, donde el presidente de la República ordenó dejar de “molestar” al hijo del Chapo Guzmán, porque finalmente los narcotraficantes no podían ser combatidos por las fuerzas de seguridad sin producir un enorme daño colateral. Miremos la Colombia de los años 80 cuando la Corte Suprema de Justicia de ese país fue tomada e incendiada, cuando Pablo Escobar pagaba una cantidad de dinero por cada policía que le entregaran muerto, y cuando hizo explotar un avión en vuelo. Esos extremos tuvieron un comienzo, y llegaron a un pico.

Las FF. AA. del Ecuador tienen que complementar su misión tradicional con un nuevo rol distinto dentro de la sociedad. Esa nueva tarea implica una nueva estructura, nuevos equipos, nueva preparación, nueva mentalidad, nuevos planes, nuevas estrategias, y una gran coordinación con la Policía Nacional.

No es tema este que haya recibido suficiente atención y reflexión en el país, pero la alarma que prende la crueldad observada en las cárceles del Ecuador nos hace ver la necesidad de actuar rápido, para tener a todas las fuerzas del orden listas a evitar que nos vayamos convirtiendo, como otros países, en un Estado fallido. (O)