De todas las facetas de Cristiano Ronaldo, una que tiene una poderosa impronta es la de líder. Hasta su debut en 2003, la selección portuguesa había clasificado solo a tres mundiales y a tres Eurocopas, sin lograr ningún resultado relevante. Desde 2006 Portugal ha clasificado a cinco mundiales consecutivos y seis Eurocopas, así como conquistó tres títulos internacionales: la Eurocopa 2016 y la UEFA Nations League en 2019 y en 2025. En la construcción de un estilo de liderazgo hay una misión definitiva: la mística. Que no es solo un sentido de trascendencia espiritual, sino, en términos de Max Weber, un conjunto de convicciones profundas, visiones cargadas de sentido y pasiones fuertes que movilizan a las personas. Un líder, en el deporte o en la vida, debe transmitir la certeza de que todo es posible, tanto el poder de sobrevivir a las dificultades como el de triunfar.

Más de dos décadas han pasado desde su aparición en la historia del fútbol. Ha logrado la proeza de seguir vigente con un cuerpo de cuarenta años. Y la mística. Siempre la mística. Porque un líder muestra el camino con su ejemplo. El 8 de junio pasado, en la final de la UEFA Nations League, Cristiano Ronaldo logró el gol decisivo y con ese empate igualó las posibilidades de su selección en un partido de infarto, con prórroga, que solo fue posible resolver con penales. Fue sustituido en el minuto 87 del tiempo reglamentario, debido a una molestia muscular. Caminó hacia la banca con dignidad. Pese a la colosal fama de su control mental, no pudo ver los penales. Los nervios le invadieron. Pero lloró de alegría, hincado en el césped, en el instante en que Diogo Costa tapó el penal de Álvaro Morata.

Sus detractores le acusan de tener un ego descomunal. ¿Acaso se puede lograr una empresa que transforme la historia sin una fe ilimitada en su capacidad? Los antiguos griegos creían que el artista estaba dotado con el enthousiasmos, cualidad o don que consistía en estar dentro de una esencia divina. Sin embargo, él ha sido ante todo disciplina. Alguna vez fue el niño de Madeira, que dejó a su madre a los 12 años para incorporarse a la cantera del Sporting de Lisboa. Llegó asustado a la capital de un antiguo imperio, solo con la fascinación que las pelotas de fútbol le causaban. En esas pelotas veía su futuro y la posibilidad de transformar la vida precaria de su familia. Cuando el resto de niños dormía, él pateaba la pelota hasta el amanecer, para sofisticar su técnica.

Fue gloria para el Real Madrid. Su presencia en el Al-Nassr ha reconfigurado el mapa del fútbol mundial. Sabe que quizá no ganará un mundial como jugador, pero nadie duda de que si algún día Portugal lo hace, será por la mística que Cristiano Ronaldo se obligó a sí mismo a transmitir. Por eso, al hablar de Lamin Yamal, pidió que lo dejaran tranquilo y no lo presionaran, ya que el futuro decantará a su ritmo. El Bicho es una estrella madura. Alienta a los nuevos, porque cree firmemente que el fútbol debe continuar por siempre. Como Portugal. Fernando Pessoa, el poeta de Lisboa, dijo alguna vez: “Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres en lo mínimo que hagas”. (O)