Todas las monedas tienen doble cara, igual las decisiones o recientes políticas económicas de EE. UU.; mientras se congratulan afirmando que los aranceles les producirán ingresos estimados de más dos mil millones de dólares diarios y les ayudarán a reducir el déficit fiscal, se olvidan de reconocer que estos recargos no los pagarán ni absorberán los exportadores de los terceros países, ni los importadores de EE. UU., sino que serán absorbidos por los consumidores estadounidenses, muchos que votaron por DT y que pronto estarán arrepentidos de haberlo hecho.

Los nuevos aranceles no son otra cosa que mayores impuestos, que sus electores no sospechaban les serían cargados a sus reducidas economías familiares. Lo descubrirán gradualmente, cuando concurran a hacer sus compras semanales y cada vez tendrán que pagar más o comprar menos cantidad. El temor de la mayoría de los economistas es que los nuevos aranceles no solo producirán mayor inflación, sino que representan riesgos de una futura recesión, mayor desempleo y menores ingresos disponibles de las familias norteamericanas para sobrevivir. Los efectos reales y definitivos se irán descubriendo gradual y paulatinamente.

En el resto del mundo, más de 75 países que comenzarán a pagar aranceles en sus exportaciones a EE. UU. tendrán que esforzarse por ser más competitivos o los productores deberán reducir sus márgenes, a riesgo de perder esas ventas. Trump está equivocado pero convencido de que sus aranceles son un acto de justicia para disminuir los déficits comerciales con los países del resto del mundo, especialmente con China, Japón, Europa. En realidad, son una forma indirecta de obtener recursos fáciles, para cubrir los elevados déficits presupuestarios, un 7% del PIB de EE. UU.

Los jueces, los mismos congresistas republicanos y empresarios norteamericanos cuestionan estas medidas; creen que son un exceso de las facultades extraordinarias de la presidencia, que no hay verdadera justificación; en el corto y mediano plazo no darán mayor beneficio, en pocas semanas solo han servido para desaparecer más de cinco mil millones de capitalización empresarial, con el desplome de las bolsas de valores en los EE. UU., sin sumar o considerar el daño producido en el resto del mundo.

La gran confrontación es con China, lo que, en un juego de orgullos y voluntades heridas, ha ocasionado una escalada de aranceles sobre aranceles, llegando a imponerles absurdamente un 145 % de arancel a los productos chinos al ingresar a EE. UU. Al resto de los países se le ha decretado una moratoria de 90 días, dando tiempo para negociaciones bilaterales con los países que estén dispuestos a contemporizar y acomodarse a las exigencias de la Administración Trump.

China no se precipita en reaccionar; lo hará cuidadosamente como acostumbra. Al igual que Japón, China ha optado por negociar con Asia, India y Europa, para compensar las pérdidas comerciales y depender menos del dólar como moneda de comercio internacional. La guerra de aranceles o la de misiles afectarán por igual el comercio mundial. (O)