No tuve ocasión de felicitar a Juan Valdano Morejón cuando obtuvo el Premio Eugenio Espejo el año pasado. En cambio, generosamente, es él quien me premia con sus libros. Ahora me permite leer y profundizar en un precioso texto bajo la identidad de “prosas libres”, titulado Tras las huellas de Odiseo. He perdido la cuenta de la cantidad de obras que se engranan en su recorrido de proficuo escritor. Aplicando la memoria, solo no conozco poesía que provenga de su mano. Tal vez es solo ignorancia mía.

En Tras las huellas de Odiseo hay todo lo que lo representa: un caudaloso acervo clásico sobre el que se levanta un talante reflexivo para el cual muchas de sus referencias de lecturas afloran con naturalidad; una fluida capacidad de contar historias, tan poderosa, que en esta ocasión brota de un yo testimonial que mira la realidad y se inserta en ella; un estilo de firmezas elocuentes y dúctiles. Como bien lo sostiene el estudioso Carlos Pérez Agusti en el prólogo, la naturaleza híbrida del libro parecería la opción de la síntesis de los muchos caminos literarios que Valdano ha cultivado durante toda su vida. En las ficciones destiló los sabores de la libertad creativa tanto en cuentos como en novelas; en los ensayos consiguió la hondura de quien analiza los grandes temas de la historia, la política y la filosofía.

El título se sostiene en dos pilares: la lectura de La Odisea de Homero, repetida en numerosas ocasiones, y el emprendimiento de un viaje real y explorador por los parajes que pueden remitirnos todavía al desplazamiento del mítico personaje. Valdano navega por el Mediterráneo y va escuchando las voces de un pasado que nos forjó dentro de la matriz de Occidente, mira paisajes y ruinas y es capaz de reconstruir las lecciones de Sócrates a sus discípulos.

Los poemas homéricos vuelven a aflorar revisitados en este libro. Con fragmentos de La Ilíada y La Odisea se siguen asuntos que vuelven a brillar en la memoria lectora bajo la prevención de que el sistema de valores que exhiben proviene de una sociedad aristocrática y arcaica periclitada ya en tiempos de Homero (más todavía, hoy identificamos rasgos con los cuales no podemos concordar: el honor no se salva matando, Tersites, soldado raso, que replica a Odiseo en las playas de Troya sobre la injusta distribución del botín, tiene razón; Telémaco, silenciando a su madre Penélope es machista). Valdano reescribe aspectos: Odiseo atrapado por Circe, Odiseo desafiando a las sirenas, Odiseo saturado del amor de la ninfa Calipso y anhelante de su “verde y humilde Ítaca”, como diría Borges, Odiseo captado por la voz de Agamenón que en el Hades le aconseja desconfiar de su esposa. El aporte del autor radica en actualizar situaciones humanas bajo la carga de la herencia épica.

La palabra viva de Valdano se tiñe de particular sabiduría para interpretar los vericuetos del amor desde fuente griega —Safo, por supuesto— hilándola con la reflexión contemporánea de la poeta canadiense Anne Carson, porque quien ama adolece de un “un hondo sentimiento de falta”, idea de reminiscencia platónica y para la que encuentra en Octavio Paz apoyos y coincidencias.

Lúcido trabajo este que nos recuerda la vieja idea de que todos los libros se conectan entre sí de manera inagotable para formar parte de una biblioteca infinita. (O)