Hablemos claro. Enfrentamos tiempos críticos. Más de 122 millones de personas han sido forzadas a huir por la guerra, la violencia y la persecución. Es la cifra más alta jamás registrada. Detrás de cada número hay una vida interrumpida, una infancia arrebatada, una historia de sufrimiento, pérdida y resistencia.

Ecuador ha sido un país solidario. Ha abierto sus puertas a quienes escapan del conflicto en Colombia, de la crisis en Venezuela y de otras regiones, buscando seguridad y dignidad. Hoy acoge a más de medio millón de personas desplazadas, el 3 % de su población. Pero ahora también enfrenta un nuevo rostro del desplazamiento: el de su propia gente, forzada a huir por la violencia, la inseguridad y el crimen organizado.

Entre 2022 y 2024, más de 150.000 hogares –unas 300.000 personas– fueron desplazados internamente por amenazas, crímenes y extorsión. Algo que antes parecía impensable en Ecuador es ahora una realidad creciente.

A nivel global y nacional, la violencia, la pobreza, la desigualdad y desastres climáticos crean una tormenta perfecta. Comunidades rurales, indígenas, afrodescendientes, mujeres, niños y personas LGBTIQ+ son los más afectados. Mientras sus necesidades aumentan, los recursos para atenderlas disminuyen drásticamente.

En Acnur, Agencia de la ONU para los Refugiados, hemos tenido que reducir personal y programas clave en Ecuador y el mundo debido a recortes en la financiación humanitaria. Esto significa menos apoyo para quienes lo han perdido todo: menos asistencia legal, menos acceso a educación y salud, menos protección y esperanza.

Esta crisis también es de prioridades. Mientras países de renta media y baja como Ecuador acogen al 73 % de la población desplazada mundial, los compromisos de los países con mayores ingresos se diluyen. La responsabilidad compartida se debilita, el derecho de asilo se erosiona y el sistema internacional de protección está al límite.

En 2024, cerca de 10 millones de desplazados lograron regresar a sus hogares. Pero muchos retornos fueron apresurados, sin condiciones seguras ni apoyo suficiente. En lugar de cerrar un ciclo de sufrimiento, algunos lo perpetúan. Porque la verdadera solución no es volver al lugar del que huyeron, sino poder vivir sin miedo, donde sea que estén.

Ecuador ha mantenido su compromiso con la protección y la humanidad. Pero no puede –ni debe– enfrentar esta crisis solo.

En este Día Mundial del Refugiado, necesitamos acción urgente. Que los donantes redoblen su compromiso. Que el sector privado entienda que apoyar la integración no es caridad, sino inversión. Que la sociedad civil exija respuestas. Que las comunidades sigan acogiendo sin discriminación.

Proteger a quienes huyen es proteger los valores que nos definen: solidaridad, justicia y paz.

Hoy, lo que está en juego no es solo la vida de millones. Está en riesgo nuestra humanidad. Desde Acnur, seguimos del lado de quienes huyen y reconstruyen sus vidas. Pero no podemos solos.

Nadie elige ser refugiado. Nadie deja todo atrás por gusto. Ahora, más que nunca, es momento de actuar. (O)