“Ni son todos los que están ni están todos los que son” es una frase de las tantas escritas en paredes de la Penitenciaría del Litoral de Guayaquil.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha instado a Ecuador a tomar medidas para garantizar los derechos de los presos y proteger la vida e integridad de estos, no solo por la violencia que se da en los centros carcelarios, sino puntualmente por aquellos que padecen de tuberculosis, en una reiterada petición al Gobierno. Según datos del Ministerio de Salud Pública, hay 1.131 reclusos padeciendo de ese mal, de los cuales 553 están en la penitenciaría, habiéndose registrado, en este año, 174 nuevos contagios.
Pero no solo las pestes afectan a quienes se encuentran en los reclusorios, donde nadie se rehabilita, sino, más bien, al contrario, desde donde se “organiza” la mayoría de los grandes actos delictivos en el país. Tan pronto como ingresa un individuo, en calidad de detenido, es despojado de sus prendas, se lo viola y somete a la esclavitud de las drogas por parte de los delincuentes que tienen dichos centros bajo su mando. La comida es escasa, no se los atiende en la salud, siendo inenarrable el submundo y hacinamiento que sufre la población penitenciaria.
¿Cuántos están ahí porque realmente deben purgar una pena, entendiéndose que esta no es más que la privación de la libertad y nada más que eso -de acuerdo con nuestras normas y las internacionales-, y no a todos los padecimientos que, de distinto orden, se sufren? ¿Cuántos, en consecuencia, no debieran o ya no debieran estar ahí? No lo podemos saber porque últimamente no se ha hecho un censo que determine tales situaciones. Sin embargo, lo que sí podemos afirmar es que hay un gran número de privados de libertad que están sobrepasados en la pena que les correspondería cumplir si ya los hubiesen sentenciado, porque los juicios duran una eternidad cuando no se tiene a alguien que logre un fallo que les ponga punto final, y que también hay una cantidad –que no se puede precisar desde lejos– de gente detenida por cualquier causa, menos por haber delinquido. Todos estos comparten una sola circunstancia: están ahí por miserables, porque no tienen quién los defienda y sus familiares hace mucho que se olvidaron de ellos.
Pero, del otro lado, y para corroborar la frase con la que iniciamos este artículo, desde que nos inventamos el famoso sistema de las vías sustitutivas, los grandes capos, los delincuentes de cuello blanco y dorado, que pueden comprar a jueces, secretarios y fiscales de deleznable conducta, siguen gozando de libertad disfrutando del dinero mal habido.
El 17 de junio pasado, este Diario publicó lo siguiente, a propósito de las razones que dijo el juez haber tenido para dictar medidas sustitutivas en el caso de la liberación de los secuestradores de los cuatro inocentes que aparecieron muertos: “… son personas honorables porque presentan un recibo de agua potable…”. O se es retrasado mental o se finge serlo para dar semejante explicación.
Con la ayuda de estudiantes de Derecho bien se podría descongestionar las cárceles y evitar tanto daño a tantos seres humanos. Es un deber moral y social. No es difícil hacerlo. (O)