Según la Real Academia de la Lengua, el troleo es la publicación en foros de internet y redes sociales de mensajes provocativos, ofensivos o fuera de lugar con el fin de boicotear algo o entorpecer la conversación. En realidad desde hace algún tiempo y con el auge de las redes sociales, el fenómeno del troleo se ha convertido en objeto de estudios, pues en la práctica es una realidad común en cualquier conversación o discusión sobre varios temas, entre ellos los políticos. Por eso es que se argumenta que con frecuencia el troleo desprecia las más básicas reglas de la razón, la moral y la prudencia con un agravante: en ocasiones, hay ejércitos de troles, obviamente manipulados y programados, que tratan de desacreditar a personas o a ideas de forma frenética e irracional.
Hace unos años, el medio digital Código Vidrio publicó un interesante análisis respecto de los ejércitos de troles que operaban en nuestro país, mencionando que los troles “son personajes humanos o digitales, anónimos, que tienen la función –para eso les programan o les pagan– de generar tendencias ficticias en redes o atacar al unísono a un blanco determinado”, dejando claro que el troleo ya forma parte del repertorio de propaganda política al que deben someterse virtualmente todos los actores públicos. Según dicho sitio, los troles difunden todo tipo de mensajes, incluyendo mucha información falsa, proclamas y propaganda, tratando de convencer a más y más usuarios. Está claro que bajo esa perspectiva existan gobiernos que utilicen al troleo como parte privilegiada de su esquema de comunicación, especialmente cuando se trata de denigrar y descalificar a sus adversarios, advirtiendo Amnistía Internacional que es común que los líderes políticos promuevan y aporten narrativas de demonización para endilgar culpas y responsabilidades a otros.
En muchos casos, lo señalaba Código Vidrio, los troles están acompañados por bots, programas informáticos diseñados para generar contenido como si fueran humanos; un análisis de Daniel Giarone menciona que los troles actúan de forma coordinada para producir el mayor daño posible, enviando ciertos de mensajes ofensivos, memes e intimidaciones a las víctimas, lo que también permite aseverar que la ilusión de un intercambio de opiniones fluido y transparente en una red como X, por ejemplo, es virtualmente imposible. Ahora bien, si se acepta la idea de que el troleo es una realidad constante e imposible de ignorar, ¿qué debe hacer un gobierno que trata de regirse bajo normas de lealtad y ética política?, ¿dejarse avasallar en las redes o tratar de contrastar de alguna manera toda ese caudal de información mentirosa e injuriosa con el simple señalamiento de la verdad y nada más que la verdad? O quizás simplemente controlar todo el contenido de las redes, cual sueño de gobierno totalitario.
El sentido común señala que las reglas políticas no son un compendio de virtudes y principios, por lo que es fácil deducir que al troleo se lo combate con más troleo. Obvio, no debería ser así, pero, ¿con que otras herramientas se enfrenta a la desinformación y la injuria del troleo?, ¿con una proclama a abandonar las redes sociales?, ¿es esa quizás la única solución efectiva? (O)