Integrada al conurbano de Quito, a pesar de ser cabecera de otro cantón, esta ciudad es una zona moderna, con tranquilos barrios residenciales y dinámicos sectores comerciales, no muy diferente de similares espacios del país. Sin embargo, conserva un pequeño y bonito centro histórico, que delata la presencia importante de la comunidad vernácula, que no ha podido ser ahogada por las masivas inmigraciones que se han asentado en el hospitalario valle de los Chillos. Perteneciente a este núcleo original, con sólidas raíces sangolquileñas, María Teresa García salió a principios de los años sesenta a ver el mundo. Y lo vio a través del lente de su cámara, viajera incansable (la encuentro la semana pasada haciendo maletas para ir a Europa), ha registrado sus periplos en una obra fotográfica creativa que siempre sabe encontrar los enfoques que tocan de arte el documento.

Sentirse viva

Una mujer

Este destino trashumante no la ha hecho cortar sus vínculos con la ciudad que dejó cuando tenía no más de diez mil habitantes y ahora se acerca, como cayendo en un vórtice, a los doscientos mil. Esos lazos se reanudan en encuentros con parientes, amigos y vecinos y toma que toma fotografías. A fines del año pasado García publicó El otro Sangolquí. Libro que es exaltación y crónica, retrato y oda de la urbe, no he visto una obra similar en el país. Blanco y negro, la fotógrafa tiene poca obra en color, no es el clásico volumen de hermosas fotografías de hermosos paisajes y coloridas manifestaciones folclóricas, sino una visión descarnada, pero enamorada y respetuosa, sobre todo de su gente. Se inicia con una larga narración de los trece primeros años de vida de la artista, un relato de sinceridad desconcertante. En este género no es usual un texto de esas dimensiones, está ilustrado con fotografías domésticas del padre de la autora. En este país en el que solemos tener más muertos en el armario que en el cementerio, sorprende por su honestidad, con esa lúcida renuncia a mitologizar la familia y la ciudad. Famosa Sangolquí por el “hornado” de carne de cerdo, recurre varias veces a imágenes relacionadas con esta vianda. Y las corridas de toros de pueblo, las peleas de gallos, la juventud entre el esnobismo y esperanza, niños, ancianos, gente madura y el erotismo que supera la angustia. No puede faltar la muerte y sus rituales, con más misterio que terror. Una publicación memorable en el más literal de los sentidos, porque la fotografía es esencialmente memoria.

La esencia permanece. Foto de María Teresa García.

Entre otros premios, en el país y el extranjero, María Teresa ganó el Salón de Octubre de 1998. En este mes se le entregó el Mariano Aguilera, que se viene otorgando desde 1917, siendo la primera ocasión en que se lo asigna a una fotógrafa. “Ha ganado la fotografía”, dijo al recibirlo, porque es un reconocimiento de que este arte lo es de pleno derecho y no es menos que las otras manifestaciones de la plástica. Ya nadie repetirá lo que alguien le comentó alguna vez, que “se movía por los filos del arte”, está totalmente inmersa en ella. Su aspiración es que se disponga de más emplazamientos para mostrar la fotografía ecuatoriana, porque serán también lugares de la memoria, que es lo que constituye a las naciones. (O)