Se anunció que en Quito se realizarían controles de tránsito del 13 al 15 de noviembre en las autopistas Simón Bolívar y Ruta Viva para mediciones de alcoholemia y de transportes pesados fuera de la zona correspondiente. La mayoría de las veces estos controles, como los realizados en viernes a la tarde, terminan provocando atascos monumentales. Tres días, eso es todo. ¿Y es suficiente que los polícias detengan el tráfico en determinando punto y pongan multas aleatoriamente? Aporta, sí, mínimamente, pero el problema mayor sigue siendo otro y en el cual la Agencia Metropolitana de Tránsito sigue siendo inoperante e ineficaz: el control de la excesiva conducción temeraria en esas dos vías que cada día reportan accidentes y muertes. ¿Dónde están las unidades motorizadas o los carros de policía que recorran, varias veces al día, estas avenidas y realmente hagan un control en movimiento sobre la conducción temeraria de vehículos con choferes irresponsables? Resulta inverosímil que en Ecuador, en una vía de tres carriles, el que debería ser el carril de seguridad, para ir a poca velocidad, el carril de la derecha, termine siendo la escapatoria de los carros que van con exceso de velocidad y se encuentran con un conductor que sí respeta los límites y al que hostigan para dejarlo pasar. No hablemos de las motos que no respetan ningún semáforo y, apenas pueden y con grandes riesgos, cruzan cuando no deberían cruzar. El tema de las motos es particularmente problemático porque hacen lo que les complace y no hay autoridad ninguna que las controle. Ninguna autoridad. Hasta hace unos años había dos radares en las zonas de alta velocidad de la Ruta Viva. Uno de ellos desapareció y del segundo no estoy seguro si en efecto hace capturas de pantallas y multan a quienes se exceden en velocidad. La pregunta sería: ¿qué se espera para que aumenten estos radares y, más grave todavía, por qué no existen radares visibles a lo largo de la extensa ruta de la Autopista Simón Bolívar? No uno, debería existir decenas de radares que, de una vez por todas, eduquen a conductores que se saben impunes.

Siempre se saca a colación que son otros los países donde hay un respeto hacia conductores y peatones y que tienen un verdadero cuidado al conducir. En Ecuador, si un conductor no respeta a un peatón que cruza por el paso de cebra, es decir, que no se detiene como debería hacerlo, tendría una multa del 30% de un salario básico. Hasta la fecha no he visto jamás a un policía de tránsito multando a un conductor que no respetó el paso del peatón. Ni una sola vez. ¿Es que los peatones no importan y todo se limita a los controles de licencia y alcoholemia? Porque quienes no respetaron al peatón seguramente no habían bebido en exceso y tienen la licencia en orden. Es simplemente desidia y falta de exigencia de las autoridades de tránsito hacia su propio equipo. En España, no respetar el paso del peatón puede acarrear una multa de más de 300 dólares. Y no sigamos con la aplicación de multas a la conducción temeraria.

¿Qué esperan? Los conductores que se preocupan por cumplir con las leyes, los pagos anuales de revisión vehicular, mantenimiento de unidades, deben estar hartos y desilusionados de que tanto esfuerzo cívico termine mal por la consecuencia de otros conductores insensatos que no cuidan ni sus vehículos ni su propia conducción. Una vergüenza las empresas de transporte irresponsables o las de servicios de comida en motos que sin ningún escrúpulo se hacen de la vista gorda hacia las unidades que llevan sus productos. Estos mismos empresarios y sus marcas ¿se han puesto a pensar la imagen que dan de sí con motorizados que serpentean de manera criminal entre carros y semáforos sin ningún escrúpulo?

Y no puede quedar aparte la conducción temeraria con celulares. Al parecer no se comprende el riesgo que esto significa al romperse la concentración por atender una llamada o un mensaje en el celular que bien puede esperar un momento o que, de requerirlo, obligue al conductor a detenerse para atender de manera debida.

Tampoco quisiera olvidar los transportes de escolares. ¿Se hacen controles, in situ, de los cinturones de seguridad de los niños? ¿Hay un control riguroso y exigente de la capacidad de los conductores de estos buses escolares? ¿Se supervisa la manera en la que se conducen estas unidades?

Que hacer patrullajes y controles de todo esto acarrearía un laberinto de gestiones y los conductores no siempre pagan, probablemente sí, pero no debe ser una justificación de la inercia. Se debe asumir esa gestión de manera ejemplar –y que no se ha hecho ni se está haciendo hasta ahora (de nuevo: ¡solo tres días de controles!) – porque está en juego la vida y la seguridad de seres humanos, y algo que revierte mucho más allá del campo específico de la seguridad en el transporte, en la educación cívica de los ciudadanos. Siempre se replica que no es bueno el exceso de control. Debería quedar claro que no se trata de excesos sino de requerimientos mínimos que no se están cumpliendo y que saltan con la evidencia de la mortalidad, siniestralidad e inseguridad que viven quienes deben transportarse. Pregunten a un ciclista en Ecuador cómo se siente cuando debe salir a la calle y circular en medio de automóviles feroces que parecen urgidos a arremeter contra cualquiera que no se vuelva dócil hacia su prisa y prepotencia. Algo inestable debe ocurrir en la mente de un individuo que al ponerse al volante deja de ser aquella persona responsable mientras camina pero que, al conducir, siente que puede hacer lo que le venga en gana y ponen en riesgos a otras personas como él. Pero también esta inestabilidad se da en las autoridades que no toman cartas reales en el asunto y dejan pasar todo como si no hubiera salida y fuera imposible educar a una sociedad. Quienes deben pasar y marcharse son los inoperantes. (O)