El interés del correísmo por derogar la ley tributaria puede interpretarse como una rabieta producida por el incumplimiento gubernamental del acuerdo que permitió aprobarla sin el debate legislativo. Como quedó claro por las propias palabras de su líder (recogidas en esta columna hace tres semanas), la moneda de cambio eran los dirigentes que guardan prisión por actos de corrupción plenamente comprobados. La única posibilidad de que el Gobierno pudiera cumplir su parte habría sido mediante el indulto o metiendo las manos en la justicia. Eso no ocurrió y entonces se abrió un nuevo escenario.

En este, el correísmo redefinió sus tácticas sin alterar la estrategia. Su objetivo siempre ha sido volver a controlar todos los poderes. No busca simplemente gobernar al país, como corresponde a cualquier partido político en una democracia, sino abarcar todo y por tiempo indefinido. A la obtención de esa meta estratégica se subordinan todos los movimientos que hace en la Asamblea y en las calles. En ese camino, el primer objetivo táctico es la creación de un clima de inseguridad, incertidumbre y caos. Este es necesario para presentarse, mediante una intensa campaña de redes y medios afines, como la única posibilidad de establecer el orden. El rechazo obtenido en la segunda vuelta le demostró que en condiciones que pueden considerarse normales y mediante elecciones limpias no podrá alcanzar la presidencia ni la mayoría legislativa. Por ello, su discurso busca instalar el relato de una situación apocalíptica que solamente puede ser superada por un poder sin límites.

El siguiente objetivo es la desestabilización del Gobierno. Lo intentó con los papeles de Pandora y ahora lo hace con la derogatoria de la ley tributaria (para lo que cuenta con el apoyo del ala radical de Pachakutik). Correa y sus seguidores saben perfectamente que sin esa ley el Gobierno se quedaría sin plan económico, fracasaría el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y estaría obligado a tomar medidas desesperadas. En síntesis, se vería aún más debilitado de lo que se encuentra.

De inmediato echarían mano a los papeles de Pandora o acudirían a algún pretexto similar para arrinconar al Gobierno y obtener el apoyo de otros partidos políticos. Para ello, que es el tercer objetivo táctico, apuestan al temor que tienen esos partidos a ser calificados como gobiernistas y cómplices de los hambreadores del pueblo. Si logran ese apoyo, el descalabro será cuestión de muy corto plazo. Atraer votos para derogar la ley es la táctica, la desestabilización del gobierno es la estrategia.

Con esos votos podrán dar el paso más importante para materializar la estrategia. Por consiguiente, la responsabilidad última recaerá en los demás partidos representados en la Asamblea. Si estos se inclinan por la derogatoria de la ley habrán contribuido a accionar el mecanismo de un proceso que se volverá imparable y que pondrá al Gobierno ante el dilema de irse o aplicar la muerte cruzada. Si se dejan envolver, constatarán en cortísimo tiempo que, además de haber servido a la estrategia correísta, habrán abonado a la inestabilidad del país y al caos económico, social y político. Finalmente, quedarán al margen de todo, como estuvieron durante el correato. Entonces, y solo entonces, se darán cuenta de que navegaron con bandera de pendejos. (O)