Dentro de las numerosas novelas que leo a menudo –pese a toda curiosidad, siempre triunfa este género– me he topado con una, cuya ominosa proximidad con los avatares que el mundo ha sufrido desde marzo del año pasado, la hace caer en el rango de premonición. Su autora, Fernanda Trías, narradora uruguaya, la entregó a imprenta en octubre de 2019 y, ya en circulación al año siguiente, nos dimos cuenta de las coincidencias.

Un pueblo a orillas del Río de la Plata amanece un día devolviendo muertos, a las playas, tal cantidad de peces que no quedó resquicio sin brillo de escamas. Los primeros buzos que ingresaron al mar a buscar las razones del fenómeno murieron; se desató un viento insistente que se alternó con etapas de niebla espesa. Todos los que se exponían al viento se enfermaban de tos, fiebre y malestar, al final, despellejados, morían. El gobierno, fuerza oscura que jamás está representada en la novela sino solo por su autoridad y decisiones, crea un ministerio para atender la tragedia ecológica y, lo más repulsivo, surge una industria cárnica que provee a los habitantes de alimentos envasados con una pasta coloreada que llaman “mugre rosa”.

Para ingresar a este mundo limitado y amenazador solo contamos con la voz de una protagonista sin nombre que no puede tomar decisiones de huida, anclada como está en un pantano interior, de relaciones tormentosas y memoria confundida: su madre, junto a quien ha crecido en una desigual batalla de afectos entre ella y una fiel nana; su exmarido, que reposa en el hospital porque ha sido tocado por la epidemia y del que no puede desvincularse, y de un niño –enfermo del peculiar síndrome Prader-Willis que lo mantiene siempre atado a un voraz apetito– al que cuida por dinero.

Lo que enriquece esta distopía –a la que le vamos reconociendo rasgos demasiado cercanos– es el carácter reflexivo de su narradora, incapaz de distinguir si su momento es la terminación de un ciclo –un tipo de vida, un mundo, un época– o el comienzo de otro, cuando todo parece dar señales de muerte, pero también la tenaz esperanza humana de supervivencia mantiene un invisible tejido social activo (un sistema de salud colapsado, una alarma que suena cuando el viento azota las ventanas y todos tienen que confinarse, la gigantesca producción de mugre rosa). Algunos mandan, otros se enriquecen, un mercado negro aletea en lo profundo de las calles. A los habitantes les corresponde hacer fila para recibir comida y sumergirse en el no tiempo del confinamiento. Resulta rica literariamente hablando una historia en la que ocurre poco pese a lo tremendo del trasfondo, pero donde una mente conductora sazona las páginas con el derroche de sus recuerdos, con la consignación detallista del contorno.

Uno de los mejores logros de la novela es la creación de una atmósfera gris y enfermiza, que asfixia al lector, que dibuja posibilidades y simbolismos de esos que nos permiten reconocer que la literatura se adelanta y anuncia. Que los seres humanos no escuchemos sus advertencias, es otra cosa.

Fernanda Trías, autora de Mugre rosa (2020), viene a Guayaquil a participar en la VII Feria Internacional del Libro. La escucharemos hablar sobre el producto de su impactante imaginación. (O)