Si abril arrancó con la ofensiva arancelaria anunciada por el presidente Trump, mayo está terminando lleno de acontecimientos que muestran rasgos dominantes de una guerra “trade-política” de consecuencias impredecibles.
Los Estados Unidos de América (EE. UU.) pretende, con medidas de impacto en el corto plazo, reducir su déficit comercial y recuperar su manufactura, emigrada desde los noventa. Para ello se enfoca en alianzas para el comercio y la inversión y en aranceles como medios de negociación y/o sanción. Mayo trajo tres claras muestras de esta estrategia: la gira del presidente Trump por el golfo Pérsico a mediados de mayo dejó acuerdos comerciales y de inversión por cerca de dos billones de dólares con Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes, los que potenciarán sectores clave de la economía de EE. UU.; además, acaba de “recomendar” imponer aranceles del 50 % a las exportaciones de la Unión Europea (UE) a EE. UU. a partir del 1 de junio (pues considera que no existen avances en las negociaciones) y advirtió a Apple de sancionarla con 25 % de aranceles si no fabrica su iPhone en EE. UU.
La estrategia china, en cambio, busca una mezcla de objetivos de corto y largo plazo para captar el liderazgo en sectores clave. Ejemplos de ello son: el aumento de inversiones en la Ruta de la Seda (en el 2024 comprometió $ 121,8 mil millones entre contratos de construcción e inversiones,
31 % más que en el 2023); su esfuerzo por operar puertos marítimos clave para el comercio mundial; nuevas líneas de crédito para América Latina más un mayor intercambio comercial (anunciados en el reciente foro China–Celac) y, su venta sostenida de bonos del tesoro de EE. UU. para diversificar sus reservas de divisas y reducir su exposición al riesgo estadounidense que intenta socavar. Esto último ha coincidido con la rebaja de la calificación de riesgo del bono del tesoro de EE. UU. por parte de Moody’s Ratings, debido al aumento de su tasa de rendimiento y del gasto de EE. UU. en intereses que ya pesan el 20 % en su presupuesto fiscal.
La diferencia en los plazos entre ambas estrategias viene dada por la política: EE. UU. está más urgido de éxitos porque sus elecciones legislativas de noviembre del 2026 serán influenciadas por los efectos de esta confrontación. En China, en cambio, Xi Jinping culminaría su tercer mandato consecutivo como jefe de Estado en el 2028 y puede optar indefinidamente por su reelección. Él es, además, desde el 2012, secretario general del Partido Comunista Chino (que controla la Asamblea Popular Nacional) y jefe del Ejército.
En este contexto, quien descuide sus actuales fortalezas pierde, y EE. UU. debe tener en cuenta que si algo explica sus sucesivos aumentos de productividad es la permanente absorción de brillantes jóvenes de todo el mundo que llegan, desde hace siglos, a trabajar en busca de un sueño o a estudiar en sus universidades y se quedan en el país creando riqueza. Es la ventaja competitiva distintiva que tiene EE. UU. y que es más difícil de equiparar por parte de China. Que la coyuntura política no destruya esta piedra angular del crecimiento estadounidense. (O)