Germán Castro Caycedo no era muy alto, pero sí muy grande. No era muy viejo, pero sí tremendamente sabio. No era un desconocido en Colombia, a la que había retratado de cuerpo entero, vestida y desnuda, en sus crónicas escritas y visuales, pero actuaba con la sencillez y simpatía de quien no le negaba un saludo a nadie. Tampoco se negaba a tomar café y lanzar “carreta” (dialogar), como dicen por allá.

Tuve el honor de conocerlo en el momento justo en que mi eterno oficio de reportero me hacía volar, asumir riesgos sin medirlos y descubrir, más que cubrir, los hechos. Corría el año 2002 y el escenario era una cafetería del centro comercial Andino, en Bogotá, punto de encuentro, entre otros, de la intelectualidad cachaca.

Tarde fría y gris, junto con Gonzalo Guillén, otro célebre periodista colombiano, encontramos al maestro Castro allí, solo, sumergido en la lectura. Y fue el momento ideal para recibir una clase magistral de quien hasta ahora es considerado el autor de la mejor entrevista a Gabriel García Márquez, a quien, obviamente, no es necesario reseñar.

“¿En qué andas?”, me preguntó como adivino Castro Caycedo. Le conté que estaba de paso porque mi destino era Nueva York, puntualmente Brooklyn, en donde había localizado a la viuda de Leonel Morocho, el chef del restaurante Windows of the World, de lo más alto de las Torres Gemelas, cuya desaparición, junto con esos edificios, estaba por cumplir un año, en septiembre 11 de 2002. Quiso saber más y le di detalles de la situación de otros parientes de Morocho, compatriotas que habían sufrido dramas parecidos y que pugnaban por superar su situación de indocumentados para seguir en Estados Unidos. “¡El cadáver insepulto! ¡Antígona!”, me dijo con voz alta y ojos brillantes. “Ese debe ser el eje de la tarea que vas a hacer a Nueva York, no hay nada más cautivador que la historia de alguien que desapareció y de sus parientes que, sin resignación, esperan todos los días a que aparezca”, explicó. Y fue como recibir en una hora el mejor curso de narrativa que uno puede esperar.

Hoy que Germán Castro Caycedo ya no está entre nosotros, hago mía también la enseñanza que muchos años atrás le había dado al mismo Gonzalo Guillén que me lo presentó: “No se desgaste buscando la verdad, lo que vale para nosotros es la realidad”. Y Guillén cuenta que ese consejo, recibido cuando ambos eran compañeros de trabajo en el diario El Tiempo, lo ha confirmado con la experiencia, porque “lo que sea verdad o no, no vale nada en periodismo si no está enmarcado por las circunstancias, el tiempo, el peso de los hechos y las premisas de una realidad”.

Gloria Moreno fue su esposa y quien acompañó a Germán cuando dejó el periodismo de crónicas profundas de su país y se retiró para dedicarse por completo a los libros. En medio de su dolor, ha contado ella a los medios colombianos que solo hubo una semana entre que le diagnosticaron el cáncer y su muerte, y que cada vez que, luego de algún sin duda doloroso procedimiento médico, ella le preguntaba: “Mi amor, ¿qué sientes?” Él, romántico hasta el final, respondía: “Amor por ti”. Buen viaje a la eternidad, querido Germán. (O)